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Santos está en Jerusalén, pero ha conseguido abrirse paso y llamar por teléfono. Se le reprocha que esté en un lugar repleto de dioses y donde los alimentos son tan manoseados por la religión. Se le pregunta por el ambiente en Tel Aviv, que debe de ser de absoluta desmoralización colectiva, ahora que Ada Colau ha decidido romper el hermanamiento de la ciudad con Barcelona.
En España solo se oye una pregunta: qué habrá de hacer un ministro para renunciar, ¡o ser renunciado!, a su puesto, después del fracaso del sí de las niñas ministras. Nunca la responsabilidad había caído tan bajo.
Dan ganas de gritar que venga Tamames. Oh, los viejos. Esta cita final de Montaigne para que los viejos aprendan a faire la conversation: «En nada se reconoce mejor la fuerza de un caballo que en la manera en que se detiene de golpe y en seco».
Y fue así que Espada yiró.
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