Hola Ambulante, hoy estrenamos el último episodio de esta temporada. Las próximas semanas compartiremos algunas de las mejores historias de nuestros archivos, pero mientras escuchas este episodio ya estamos trabajando en la próxima temporada, la número 15. Y esto solo es posible gracias al apoyo de Olletes como tú. Somos una organización...
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Durante casi 20 años, Raúl Rodríguez se dedicó a proteger la frontera entre Estados Unidos y México. Trabajaba como oficial de migración en el Puente Internacional Progreso, en el sur de Texas, y todos los días empezaban igual. Te pones en tu computadora, en tu caseta, quitas el cono, ya te están esperando los carros y le preguntas a ellos. Ciudadanos americanos es la primera pregunta.
Los que tienen el pasaporte azul, el de Estados Unidos, lo muestran y cruzan el filtro sin problema. Si no es ciudadano americano, presénteme su documento, lo ves, si es bueno o no, al que va manejando, qué es lo que trae. En inglés se llama playing the cat and mouse game. Jugar al gato y al ratón. Todo es un juego. Tú haces esto y hago lo otro. O sea, tienes que descifrar, ser más inteligente de tu oponente.
La decisión de requisar o no tiene que tomarse rápido. O sea que en este caso, el de las drogas, el que es el narcotráfico, no tienes el lujo de pasarte 30, 20 minutos en la línea y dices, tienes 45 segundos. para hacer una decisión y pásale. Cuando se encontraba con algo que iba en contra de la ley, Raúl hacía lo que correspondía, negarles el ingreso a Estados Unidos o directamente iniciar un proceso de deportación.
Durabas a veces tres, cuatro horas por persona en una deportación. Pues eso es bastantito papeleo, bastantitas cosas que tienes que hacer. Desde tomarle las huellas, tomarle las fotos, tomar su declaración. Para él era un deber. Uno que se tomaba muy en serio, casi con devoción. A pesar de los horarios que apenas le dejaban tiempo para él y su familia, su trabajo era un compromiso patriótico. Pero un día, sin aviso, eso que tanto cuidaba colapsó.
Yo batallé mucho para llegar a ese puesto y para tener ese trabajo para que me lo hagan quitado. Y es que, sin saberlo, durante toda su vida Raúl había estado violando esa misma ley que él tanto defendía. Una pausa y volvemos. ¡Listos todos! ¡Una! And enjoy the gift of staying connected. Switch and start saving today. Get four Samsung Galaxy S25 phones with Galaxy AI on us and four lines for just $25 per line.
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Para entender cómo Raúl llegó a convertirse en el blanco de la ley que protegió durante años, tenemos que cruzar la frontera que separa Texas, en Estados Unidos, de Tamaulipas, México. Allí, en una casa de adobe y piso de tierra, Raúl vivió los primeros años de su vida. Venimos de raíces humildes, agricultores. Crecimos con lo que producía el campo, con mis siete hermanos y mis padres.
Pues era una vida muy difícil. La comida era escasa. Tampoco había agua ni luz. Su padre se la pasaba entre el campo, la bebida y el juego. Y su mamá era ama de casa. Era mediados de los 70 y la situación económica, así como el clima de esa zona, asfixiaba. Así que nosotros en tiempos de calor dormíamos afuera porque era demasiado. Los zapatos no los empecé a...
Fue también más o menos a esa edad que la idea de irse a vivir al otro lado de la frontera entró a su vida. Primero como amenaza. Yo era muy inquieto de chico. Para que me calmaran, para que no siguiera haciendo mis travesuras, me decían, te vamos a mandar para los Estados Unidos. Yo inmediatamente me paraba y ya. Esa era mi medicina para que no vuelva a no ser así.
La idea de irse angustiaba a este niño que no tenía idea de qué había más allá de su rancho, pero pronto lo empezó a sentir como una sentencia, una orden que tarde o temprano tendría que cumplir. Y había una razón. Él había nacido del otro lado. Pues siempre me dijeron que era ciudadano americano, tú tienes que ir para Estados Unidos y no puedes estudiar en México. No te lo permite el país y así que te tienes que ir.
Le contaron que cuando su mamá estaba embarazada de él, cruzó hasta Brownsville, en Texas. una ciudad que queda a menos de cinco kilómetros de donde ellos estaban y ahí dio a luz. Fue así como consiguió la ciudadanía que le serviría para hacer su vida lejos. Así que cuando tuvo edad suficiente para empezar la escuela, en el verano del 75, Raúl tomó su equipaje y llorando se despidió de toda su familia. No podía hacer muchas preguntas, solo obedecer.
Estaba asustado a pesar de que se iba con personas que conocía. Viviría junto a su tía, que había migrado a Texas con su esposo estadounidense y sus cinco hijos. Cuando llegaron al punto de migración, Raúl presentó una tarjeta donde constaba que hacia seis años había nacido en Estados Unidos. Era su acta de nacimiento. Es como un cartoncito.
Y ahí dice todo, y está el sellado del estado de Texas, nacido en la ciudad de Bronzeville. Y ahí también dice, pues, mi nombre, mis padres. Cruzó el puente sin problemas. Lo que encontró al otro lado, a simple vista, no era muy diferente de lo que conocía. También era campos, sembríos, poca gente y casi nada de tráfico. Pero de a poco empezó a notar una serie de diferencias que marcarían su vida de ese lado del mundo.
La primera pieza en descolocarse sería la de su familia. Al principio todo era color de rosa, todo era bonito, me trataban bien, pero de poco a poco fue como quien dice, ya cambian las cosas. Ya fueron los insultos. Me la pasaba triste, me la pasaba en los escalones atrás de la casa, sentado pensando cuándo acabaría esta tortura. Muy solitario porque no tenía permitido tener a nadie en la amistad.
El idioma era otro problema. Sin saber inglés, adaptarse a la escuela no fue fácil. Además, las personas se veían diferente. Él, moreno, no muy alto, con cabello lacio. No se parecía a los niños de la escuela, que en su mayoría eran blancos, de ojos claros y rubios. Ellos también lo notaban y se lo hacían saber. porque todavía se utilizaba eso de que gritaban hombres o te decían cosas. Yo les decía, pues, ¿por qué me vas a tratar diferente si somos de la misma nacionalidad?
Si yo siempre les aventaba por enfrente, soy ciudadano americano, aunque el color de mi piel sea morena, pero siempre tengo el mismo derecho que ustedes o que cualquier ciudadano. Pero la sensación casi todo el tiempo era que desde que dejó el rancho de sus padres, algo dentro de él se perdió. Por eso, cada vez que terminaba el ciclo escolar, se regresaba a México a pasar sus vacaciones. Era un retorno a su origen, a casa.
Su mamá lo cuidaba y lo consentía. Además, estaba su abuelo. Cuando regresaba a mi pueblo, pues me iba con mi abuelo. Era más con él. Y él fue el que me enseñó a pescar, a cazar, a trabajar. Con su papá era más bien distante porque se la pasaba durmiendo de día apostando y tomando de noche. Raúl tampoco le prestaba mucha atención porque las horas se le iban jugando con sus hermanos en el desierto.
Pero al empezar las clases tenía que devolverse solo a Estados Unidos. Era una ruta que le resultaba cada vez más familiar. Salir del rancho, caminar unos cuantos kilómetros por la carretera de tierra y tomar el tren que lo llevaría hasta el Puente Internacional Progreso. allí encontrarse con un punto migratorio donde había letreros en inglés y en español con las banderas de eeuu y méxico y sus respectivos carriles y las casetas donde estaban los agentes
Y ahí ya nomás llegaba al puente y ya empezaban mis nervios y ahí iban a empezar. Y es que siempre lo detenían. Me daban problemas de que tú no eres ciudadano americano, me pasaban para adentro, que te vamos a regresar a México y que dino la verdad.
Me querían sacar la verdad, según ellos, que yo era ciudadano mexicano. Dicen, tú no eres americano, tú no pareces americano. Dino la verdad. Digo, pues si me quieres regresar a México, pero no es mi país. Te estoy diciendo que soy ciudadano americano. Los interrogatorios eran tan frecuentes que él ya reconocía a los oficiales. Ya los miraba y ya se decía, este es el que me va a hacer la vida imposible. Había en ese entonces una oficial, una mujer tremenda.
Era muy fuerte su carácter y decía las cosas como para que te... La palabra se llama break, o sea que te quería quebrar, te quería que dijera la verdad. Los oficiales no cuestionaban su documento, sino su aspecto. Como casi siempre le pasaba, se fue acostumbrando a ese trato y a responderles que si necesitaban más información, se comunicaran con sus padres. Y como los agentes no tenían más argumentos, lo dejaban pasar.
Cada vez que se sentía discriminado y acosado en ese cuarto de migración, pensaba en lo diferente que se podría tratar a la gente. Fue ahí, en su infancia, que empezó a soñar con trabajar como agente migratorio. La idea de entrada de migración era para si podría hacer un cambio de cómo tratar a la gente, no por sus facciones, sino por sus documentos.
Un día, en uno de esos interrogatorios, Raúl le dijo a un oficial que cuando fuera grande quería hacer ese trabajo. Y uno de ellos me dijo una vez, la mejor manera de entrar a migración es que entresa militar. Le dan preferencia a los veteranos. Entonces trazó un plan. Al terminar el colegio, entraría al ejército. Pero ahora, ya reflexionando y siendo sincero consigo mismo, Raúl me confiesa que en realidad lo que perseguía era algo más.
Tuve una vida muy restringida, no me permitían hacer mucho. Yo quería ser respetado y eso es lo que me llamaba la atención. Así que apenas terminó la escuela a los 18 años, en mayo del 87 se fue de la casa de sus tíos a perseguir su meta. Tenía todo en orden, su seguro social y su licencia de conducir como cualquier otro chico en Estados Unidos.
Pero postergó la entrada al ejército para trabajar y hacer dinero porque en una de sus visitas a México conoció a una mujer con quien formaría una familia. A finales de los 80 nació su primera hija en Estados Unidos. Y al poco tiempo, en agosto de 1990, cuando se declaró la guerra contra Irak, mi reacción fue de irme inmediatamente a suscribir, a firmar para entrar al Army, porque yo quería ir a la guerra.
Pero en el proceso de reclutamiento se dieron cuenta de que su sentido de la audición fallaba un poco y le negaron la entrada. Fue una desilusión. Aún así, tenía que apurarse a seguir con su vida, consiguiendo dinero para mantener a la familia que crecía y a la que prefirió instalar en México. Ese mismo año, nació su segundo hijo. Mientras tanto, él trabajaba en un matadero en Corpus Christi en la costa de Texas. Ahí conoció a alguien que le impulsaría a cambiar el curso de su historia.
Tomó ese rol como de padre, creo yo. Me cuidaba mucho y me quería que avanzara. Dice, no, tú eres ciudadano americano, ¿por qué vas a estar como un inmigrante trabajando en un trabajo fuerte? Puedes tener un mejor trabajo. Este amigo le ayudó con un contacto dentro de la Fuerza Naval de Estados Unidos, en la marina. Y después de un tratamiento para sus oídos, estaba listo para enlistarse. Empezó el entrenamiento en 1992 en Florida.
Parte de lo que debía hacer era ganar fuerza física, resistencia, pero también mucho trabajo psicológico. Aprendí a defenderme de las personas, a saber hablar un poquito mejor. que me salieran las palabras, que no me enojara tanto, que me tomara la calma. Aprendí mucho de la militar. Después de cuatro meses, cuando el curso se terminó, Raúl era otra persona. No me conocía mi familia. Y ya con esa estabilidad se llevó a los niños y su esposa a Estados Unidos.
Durante cinco años trabajó en la marina. Empezó limpiando pisos, baños, cocinando y de a poco escaló hasta convertirse en policía de esa fuerza militar. Era un trabajo que lo obligaba a viajar mucho y esa ausencia se sentía en su casa. Por eso en el 97 se retiró del ejército aunque de todos modos su matrimonio terminó.
Raúl empezó a trabajar en una empresa de seguridad privada siempre pensando en conseguir el trabajo de sus sueños. Se había quedado con esa información que le había dado el agente cuando era niño y sabía que uno de los beneficios de ser veterano era que las agencias del gobierno le... darían prioridad para conseguir empleo. Pero tuvo que esperar un poco. Por fin, tres años después, recibió la llamada. Tenían un puesto para él. Me habían aceptado en el Puente del Progreso, Texas.
Vamos a una pausa y ya volvemos con la historia. ¡Una, dos! Y enjoy the gift of staying connected. 1-800-T-MOBILE If you own a home, here's an interesting fact for you. Today, American homeowners are sitting on a record amount of home equity. That's the part of your home you own outright. The value you can tap In fact, the average Rocket Mortgage homeowner has about $170,000 in untapped equity available.
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En Texas. Deciré nos sigue contando. Lo había logrado. Le dieron tres meses para prepararse y aprender lo necesario para convertirse en agente migratorio. aprendió sobre leyes visas revisión de identificaciones y en ese mismo entrenamiento conoció a anita una mujer de ascendencia mexicana que como él compartía el deseo genuino de proteger servir y entregar la vida a su país y se enamoró
Se unieron para construir una familia donde ambos estarían dispuestos a hacer cumplir la ley. Esta es Anita. Para mí la patrulla era todo. Yo decía, mi sangre es verde como los patrulleros. Para trabajar cuidando la frontera tienes que cumplir una serie de requisitos. Haces un examen escrito y verbal, después te hacen una entrevista. Como en cualquier entrevista de trabajo, pero a Raúl le hicieron unas preguntas extra.
La idea es corroborar que quienes entran al servicio no tengan antecedentes penales y que cumplan con lo que dice la ley. Tampoco pueden relacionarse con migrantes que no tengan documentos en regla. Por eso, someten a los aspirantes a una investigación en teoría súper rigurosa. Es una indagación que le hacen a los oficiales cada cinco años en donde apuntan al círculo social.
Parientes, vecinos, amigos. Y como no encontraron nada, Raúl entró a trabajar como oficial de migración. En su primer día en el Puente de Progreso, el que tanto temía cruzar cuando era chico, se reencontró con caras conocidas. Aunque ahora las cosas eran diferentes. muchos problemas cuando estaba yo chico. Cuando me llegó con ella a presentarme, yo le digo, yo ya te conozco. Ah, sí, ¿cómo me conoces? Dije, mira, yo desde chico que pasaba aquí, tú eras la que me daban muchos problemas.
Me causaba mucha angustia, me trataba muy mal. Y dice, ay, discúlpame, pero ya ves a hoy, trabajo junto contigo. Ya en acción, una de sus responsabilidades era el contacto con los viajeros y tratar de sacar en pocos minutos la mayor cantidad de información. Para eso desarrolló su propio estilo. hacer las entrevistas. Para mí, siendo que era muy platicador, me gustaba platicar, eso funcionaba de que yo los hacía sentir a la gente, el público se sentía un poquito más calmado, no muy estresado.
Esta sensación de confianza hacía que le hablaran con honestidad y esto era un punto a favor. Es que su posición implicaba mucho poder. desde permitirle a un turista entrar al país, conceder o negar peticiones de asilo, hasta detener y deportar migrantes. Y hubo veces en que esto de hacer cumplir la ley a cualquier precio no salió bien. Raúl no olvida cuando una noche un chico intentó cruzar de México a Estados Unidos donde ya había estado viviendo y en la entrevista le confesó algo a Raúl.
No lo regañaba, como platicando nomás, ¿qué fuiste a hacer a México? No, pues es que se murió mi abuela. Y ya comenzó a agarrar confianza y dice, déjame le digo la verdad, se nos estudian americanos. Estaba en la high school del muchacho, se iba a graduar ese año. Le dije, pues ¿sabes qué? Le dije, pues voy a tener que regresarte. Esa noche Raúl encabezó el trámite para que el chico, que era menor de edad, regresara a México.
Lo que no se imaginó es que a la mañana siguiente encontrarían su cuerpo flotando en el río. Me duele hasta la fecha, me duele mucho. Cuando reviva historias como esa, casi que puedo ver cómo se le hace un nudo en la garganta. Hace pausas, respira hondo y por ahí no puede contener un par de lágrimas. Después confirma lo que me repetirá varias veces, que ese no es un trabajo para cualquiera. Yo les decía a los oficiales.
Tienes que dejar tu corazón en tu casa, porque vas a hacer unas decisiones que no quieres hacer, pero las tienes que hacer, y te va a doler bastante. El trabajo no perdona, tienes que hacer tu deber, pase lo que pase. Él y su esposa Anita coincidían en que lo más importante era el trabajo, aunque los aislaba del mundo. Uno podía juntarse nomás con cualquiera porque ellos se dan cuenta de que tú andas con una persona que es ilegal.
o que no tengan documentos o que andan violando la ley, tu trabajo depende de eso. Las amistades son las mismas, son de ese mismo ramo de inmigración. Esos eran todos mis amigos. Y esto les resultó aún más desafiante a finales de 2003, cuando nació el primer hijo de ambos y se complicaría un poco más cuando nació la segunda, los dos trabajando tiempo completo en los puentes con muy poco apoyo mutuo para criar a sus pequeños.
Esta es Anita. Siempre trabajábamos horas diferentes. Era muy raro que nos tocaba el mismo día de descanso. Todos los días festivos, aniversarios, cumpleaños, era muy raro que estábamos juntos. Y a pesar de que daban todo por su trabajo, a Raúl ni siquiera el uniforme y las placas de autoridad lo salvaban de las miradas dudosas y los comentarios racistas de sus compañeros. Me decían la nutria porque decían que yo...
No podía cruzar legalmente. Cuando me iba para México, pues tenía que cruzar por el río. Y pues sabe que la nutria es una rata del agua. Y dice, te tienes que venir por el río. Y así me pusieron la nutria. Así me hicieron muchos. La historia de nunca acabar, durante años, pero dentro de todo era un trabajo que les pagaba bien, que sabían hacer, al que se habían acostumbrado y del que habían aprendido mucho.
Por ejemplo, cuando Anita empezó a trabajar en el área de aplicaciones de visas y tarjetas de residencia, se le ocurrió que Raúl, como ciudadano estadounidense, podría ayudar a su hermano menor, René, a mudarse de México a Estados Unidos. René y su familia convivieron mucho con nosotros. Casi cada fin de semana estaban aquí con nosotros. Queremos que su familia estuviera aquí con él y disfrutando del país como nosotros.
René y su familia tenían visa de turista, así que los visitaban con frecuencia. Pero económicamente su situación no era la mejor y Raúl quería ayudarlo. El único hermano que no estudió y siempre fue muy apegado a mí. Y me daba cosa ver lo que él, sus trabajos siempre eran de agricultura, de labor, duros, maquiladoras, trabajos eran difíciles. Y pues sus hijos quería yo también, como eran muy apegados a mí, digo pues.
Te los traes, te ayudo aquí y ya. Raúl, como ciudadano estadounidense, podía gestionar una residencia permanente, una green card para su hermano. Pero este proceso demora años, muchos años. Así que lo hicieron a mediados de la década de los 2000.
y dejaron que el trámite siguiera su curso. Raúl estuvo esperando una respuesta de la Oficina de Inmigración sobre la residencia permanente para su hermano menor durante casi una década, hasta que un día de abril de 2018 llegó a su oficina, como siempre, Pues ese día llegué antes de las cuatro de la tarde a mi trabajo, como todos los días. Abajo mi lonche, bajo mi carro, me vine caminando hacia la oficina. Ya para cuando llegué a la oficina, vi a los dos jefes que estaban ahí.
que los conocía muy bien yo. No era común que los jefes se quedaran para el turno de la tarde. Eso le pareció raro. Y me dicen, oye, ¿podremos hablar contigo en la oficina? Le digo, ok, sí. Ya dije, algo pasa. Y cuando entro ahí, me entregan un sobre. Era una notificación de que estaba bajo investigación y que tenía que dejar su puesto inmediatamente.
que pronto recibiría más indicaciones. Me quité mi cinto, se los entregué a mi placa y a mis credenciales, y me dicen, ok, pero ¿qué pasa? ¿qué está pasando? Dicen, no, pues no sabemos. Dice, espera que te llamen. Y era viernes, me dicen, preséntate lunes. Yo nunca pensé que fuera algo malo, porque nunca había hecho nada. Sin saber qué estaba pasando, Raúl se regresó a su casa.
Obviamente estaba nervioso, pero no le quedaba más opción que esperar. El lunes a primera hora se fue a la oficina a ver si alguien le explicaba mejor de qué se trataba todo eso y se encontró con novedades. Me quitaron el acceso a todo, no podía hacer nada, nomás sentarme en un cuartito con una secretaria que estaba ahí. Y o sea que no podía revisar mi email, no podía revisar nada, o sea nomás estar sentado y no hacer nada. Y me estaba volviendo loco.
El día siguiente lo mismo, y un par de días después, igual, hasta que finalmente lo convocaron a una reunión. Era muy oscuro, muy frío y me meten en un cuartito así como las películas de doble vidrio y no hay nada, nomás una mesita y dos sillas. Una vez instalados en lo que claramente sería un interrogatorio, Uno de los oficiales lanzó la primera pregunta. Raúl, ¿sabes por qué estás aquí? Digo, no, Leo, la mera verdad, no tengo ni idea.
Me saca un sobre y pone un acta de nacimiento enfrente de mí y dice, ¿sabes qué es esto? Le digo, no, la verdad no, nunca lo había visto, no sé qué es. Digo, sé que es un certificado de nacimiento, pero no sé de quién es. Le ordenaron que leyera con detalle. La respuesta estaba ahí, en los datos que aparecían impresos. Solo leí, ya vi que mi nombre estaba ahí, nombre de mis padres.
Era suyo, pero lo que seguía se sintió como una bala en medio de sus ojos que estallaba su cerebro. Lugar de nacimiento, Tamaulipas, México. Dice, bueno, es tu acta de nacimiento verdadera. Tú eres mexicano. Y no, pues ya sentí que se me vino, se me fue la sangre hasta los pies. Eres mexicano. Lo dijo como si se tratara de una sentencia de muerte. Y en parte lo era, porque la persona que había sido hasta ese instante, o la que le habían dicho que era, no existía más. Una pausa y volvemos.
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Al revisar minuciosamente la documentación, los investigadores encargados de tramitar la residencia para su hermano identificaron que el acta de nacimiento de Texas de Raúl había sido registrada por una partera que estaba condenada por fraude. Es decir, Alguien contrató a esta mujer para procesar ese papel después de que él naciera en la casa de adobe en Matamoros. Es una sensación muy fea que te digan una noticia así de cuando te dicen que te vas a morir. ¿Ahora qué hago? ¿Qué voy a hacer?
Se te viene todo el mundo abajo. No sabía qué sentir, qué pensar. Eso sí, tenía clara la respuesta cuando le preguntaron si sabía esto, si había ocultado y falsificado información durante todos esos años. Y le digo, no, pues no sabía, la verdad. Le digo, la única manera que podemos saber si es verdadera o no, le digo, hablarle a mi papá. Le digo, ¿podremos hablarle a mi papá ahorita mismo? Le digo, porque yo también necesito saber por qué me mintieron o por qué si es verdad.
Los agentes accedieron y Raúl se comunicó con un sobrino que vivía en el rancho, en México, para que llevara a su papá hacia Estados Unidos. Y aunque la frontera entre México y Estados Unidos se siente inmensa por la política migratoria, La distancia entre un lugar y otro es de apenas unos ocho kilómetros. No era complicado. Acordaron encontrarse en una cafetería donde estarían los oficiales. Pasadas unas dos horas, su papá finalmente llegó.
Se sentó y a los agentes le presentaron lo mismo, el acta de nacimiento. Y dice, ¿qué es Raúl suyo? Dice, es mi hijo. ¿Dónde nació su hijo? Dice, en Brunsville, Texas. Y le enseñaron el acta de nacimiento. Dice, ¿quién es esta? Dice, pues... Es falsa, dice, es falsa. Yo volteé y le digo, papá, digo, dígale la verdad. Yo también quiero saber cuál es la verdad. Y en ese momento, pues, él agachó la cabeza y dijo que sí. Dice, tú naciste en México.
La gente le preguntaron después, dice, ¿él sabía? Dice, no, mi hijo nunca su... Pues ya, perdí todo en ese momento. Toda su vida, Raúl Rodríguez había sido un inmigrante indocumentado defendiendo un país que en ese momento no lo defendería. que rechaza a quienes son como él. Su identidad como veterano, como agente, como ciudadano estadounidense estaba construida sobre un fraude. Años de trabajo y sueños acabados en unos segundos. Raúl quería saber por qué.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Quién construyó esa mentira alrededor de su identidad? Quería saber todo. Lo exigió. Mi papá se quitó de toda culpa. Él echó la culpa a una tía mía y a mi mamá. Dijo que ellas hicieron todo y él no sabía, no se dio cuenta de qué, ni cómo, ni cuánto. Dice, yo no sé nada, ellas hicieron los trámites sin que yo supiera, se limpió las manos y dijo que no sabía nada.
pero que sí sabía que había nacido en México. Su mamá murió en 2013, unos cinco años antes de esa conversación con su papá. Entonces no puede verificar lo que le dijo, pero Raúl no le cree. Más tarde, Raúl confrontó a su tía y ella negó todo. Traté de comunicarme con el padre de Raúl, pero no tuve una respuesta, y desde hace años Raúl no tiene contacto con su tía, entonces tampoco pude conocer su versión de los hechos.
Mientras Raúl hablaba con su papá y los agentes de migración, Anita estaba fuera de la cafetería aterrada esperando a su esposo. Cuando terminó la reunión, los vio salir. Mi suegro estaba llorando y le estaba diciendo a Raúl, lo siento, mijo, lo siento, perdóname, lo siento. Y Raúl estaba llorando también y él dijo, pues ni modo que hago, voy a tener que regresar a México.
Desafortunadamente, mi suegro tomó toda la fuerza de mi coraje ese día. Él tenía la culpa en ese momento que yo iba a perder mi esposo. Mis hijos iban a perder su papá. Él iba a perder su trabajo. Posiblemente yo iba a perder mi trabajo también porque estoy casada con un que no tiene documentos. Y vamos a perder todo. Los agentes le aseguraron a Raúl que no iban a poner cargos en su contra por falsificación.
pero que sí entregarían el reporte a la agencia de control de aduana y frontera en la que trabajaba, pues no podía seguir trabajando ahí al no ser ciudadano estadounidense. En medio del shock, Anita trató de recuperar la calma y pensar en soluciones. No había tiempo que perder y había que blindar a Raúl de la amenaza de una deportación. Y en ese momento como que me prendió al foco lo que estaba pasando. Le dije, no, no, no, no, te vas inmediatamente a la casa, ahí te voy a encontrar.
En el camino de regreso a casa, él solo podía pensar en que la vida lo estaba poniendo exactamente del otro lado de ese muro que miles de personas quieren cruzar a diario. de esa línea que marca el destino de miles de migrantes, esa línea que él pensó ya había quedado atrás. De tantas personas que había deportado, nunca vi ese lado de qué sucedía después de eso. Anita empezó a analizar todas las opciones rápidamente.
Como una experta en el servicio de inmigración, sabía que tal vez no estaba todo perdido porque ella, al ser ciudadana, podía reclamar la tarjeta de residencia para su marido, pero tenía que reportar lo que estaba pasando. Hablé con dos supervisores. Y les expliqué lo que estaba pasando. Y me preguntó uno, me dice, ¿usted, tú no sabías? Si él no sabía, ¿yo cómo voy a saber? ¿Yo qué tengo que hacer para no perder mi trabajo?
Le dijeron que tenía que reportarlo a otro departamento. Así lo hizo y después se fue a su casa con la tranquilidad de que al menos ella podría seguir trabajando. Como era evidente, Raúl no podría volver. Cuando se supo lo del acta de nacimiento falsa, el servicio de aduana y seguridad fronteriza le pidió la renuncia, pero él se negó porque hacerlo, en sus palabras, sería aceptar una culpabilidad que no le correspondía.
Y extrañamente para Raúl, mientras resolvían su situación laboral, le llegaba el pago de su salario. No me presenté a trabajar, pero todavía estaba en los libros como empleado. Ellos mismos supieron que era ilegal y todavía me siguieron pagando. O sea, que ellos mismos violaron sus propias leyes. En agosto de 2019, poco más de un año después de que lo suspendieran, a Raúl le llegó una carta indicando que su contrato había terminado. Fue un tiempo en que la vida se transformó.
Raúl sin poder trabajar, claro, y ahora eran ellos los que debían llenar formularios, buscar abogados y, si estaban en la calle, evitar a la migra. Cuando me quitaron todo, pues yo quedé en limbo. Ningún documento, ningún nada. O sea, yo de estar en una posición de autoridad de que, pues, básicamente me sentía invencible. O sea, no tenía miedo de nada.
Ahora tener el miedo de que ahí viene un policía, si me paran me van a correr, me van a mandar para México. Y a esconderme miraba un policía y le sacaba la vuelta y me iba por otra calle y así. Para entender su pánico, no basta con saber del contexto migratorio de Estados Unidos. Seamos específicos. Raúl vive en Texas, uno de los estados que más rechaza la migración.
donde a pesar de la presencia de población latina que asciende a más del 40%, la discriminación y la violencia no pasan desapercibidas como le consta a Anita. De todas maneras, aplicó a la residencia como esposo de Anita. Pero parte de ese trámite fue una entrevista donde le preguntaron si en el pasado había hecho una declaración falsa de ciudadanía estadounidense o si había votado en una elección federal como inmigrante sin documentos.
Y claro, dijo que sí, explicando que todo eso sucedió porque no sabía que no lo era. La justificación no fue suficiente y le negaron la residencia, a pesar de tener esposa e hijos estadounidenses. Ya cuando estaba a punto de deportación, que ya me habían dicho que me iban a deportar, le dijimos a nuestro abogado que si podía hacer una cancelación de deportación, era un proceso muy difícil de calificar porque tienes que tener ciertas cosas para calificar para ese proceso.
Una es de que no tengas antecedentes criminales, que vivas aquí más de 10 años. También hay que demostrar que la persona, en caso de ser deportada, enfrentaría muchas dificultades o riesgos. Algo que ellos podían probar justamente por el trabajo que durante años Raúl había hecho enfrentando a personas con mercancías ilegales o implicadas en tráfico humano.
Pero como todo proceso migratorio, esto toma tiempo, dinero y paciencia. De hecho, se aceptan máximo 4.000 cancelaciones de deportación por año en Estados Unidos. Así que de a poco, mientras llegaba su turno, Raúl se acoplaba a su nueva vida. Puertas adentro y en medio de una crisis profunda. Un destrozado. No dormía, yo estaba muy emocionalmente muy mal y me la pasaba solo, o sea, no me gustaba estar con la gente, no con nadie. Muy enojado con el mundo, el gobierno, con Dios.
Mientras esperaba la noticia de si lo iban o no a deportar, Raúl se hizo cargo de los quehaceres. Limpiar, cocinar, cuidar a los niños, a sus animales. Al mismo tiempo batallaba con una depresión que lo llevaba a lugares muy oscuros. En uno de esos días de desesperación, su esposa Anita hizo una publicación en Facebook buscando encontrar apoyo de alguna forma. Su mensaje llegó hasta la activista Diane Vega. Yo les ayudo a los veteranos que no son ciudadanos.
Es muy difícil decir exactamente lo que hago porque es algo que no es lo normal. Ella también estuvo en el ejército. Cuando se retiró, entró a estudiar sociología y ahí, hablando con su director de tesis, se enteró de algo que le pareció absurdo. Me dijo, ¿sabes qué? Hay veteranos que son deportados. Dije, ¿qué? No es cierto. Hay veteranos que se van. Y es que un detalle que tal vez no todos conocen es que para enlistarse al ejército de Estados Unidos no hace falta ser ciudadano.
pero sí tener la residencia. De hecho, México está entre los principales países de origen de personas que luego llevan el uniforme militar estadounidense. Sin embargo, esto no garantiza que después de servirle al país accedan a la ciudadanía o que en caso de tener alguna complicación legal, no sean deportados a su país de origen.
Hay veteranos que los han sacado de aquí después de que se fueron a Vietnam. La guerra de Vietnam. Una de las peores. Y cuando regresaron a Estados Unidos, no los querían. La indignó tanto que en 2019 se unió a la organización Repatriate Our Patriots, que justamente tiene la misión de asistir a veteranos que ya fueron deportados o que corren ese riesgo.
Además, ofrecen ayuda psicológica y una red de acompañamiento bajo el lema, nunca abandones a un compañero caído. Entonces, cuando vio la publicación en Facebook que hizo Anita, supo que tenía que contactarla. Es muy difícil cuando ves a alguien que trabaja para la migración, deporta a las personas y luego a lo mejor lo van a deportar también a él. Le mandé un mensaje a la pareja de Raúl y le dije, sabes que no estás solo y cuando quiera hablar.
Por favor, aquí está mi número. ¿Hablamos? Esto que puede resultar mínimo para la familia Rodríguez significó un montón, porque Raúl no solo había perdido sus papeles, sino también su sentido de comunidad, de pertenencia. Después de 18 años en un lugar que limitaba su interacción con las personas, quienes habían sido sus amigos dejaron de serlo al saber que ahora era indocumentado. También lo agobiaba esta idea del karma de que estaba pagando lo que él mismo le había hecho a otros. Y bueno.
También la rabia con su familia por haberle mentido de esa manera durante años. Por eso las palabras de Dayan eran una puerta hacia una comunidad que no sabía que existía y en la que podía sentirse integrado, sin ser juzgado por su pasado. Cuando Dayana habló con Raúl, se encontró con un soldado derrotado. Me decía, no sé, mejor me voy, mejor no dejo a mi familia que pase por todo eso. Le dije, ¿sabes qué? Eres un soldado.
No puedes. Lo único que sabemos cómo hacer es pillar. ¿Y sabes qué? Ahorita ya no estás solo. Pues desde entonces tenemos una bonita relación. Ella me habla de vez en cuando y yo le hablo, le mando mensajes. ¿Cómo estás? Nos hablaba de cómo estás, te sientes bien. O sea, que siempre estuvo al tanto. Ha sido una buena persona conmigo y con los demás. Y los ayuda moralmente y a veces económicamente a los que lo necesitan.
Y aunque hoy Diane ya no es parte de la organización, el vínculo se mantiene porque a través de ella Raúl descubrió que había otras personas con sus mismos miedos. Por ejemplo, entre 2013 y 2018, Estados Unidos dictó sentencia de deportación a 250 veteranos y deportó a 92 Y por eso Raúl empezó también a ayudarlos, acompañarlos, mientras esperan respuestas a la regularización de sus estatus migratorios. Ese acompañamiento emocional ha sido clave en un proceso agotador y de trámites infinitos.
Es que una vez que Raúl ingresó el pedido de cancelación de deportación, la primera respuesta fue negativa, pero no se rindió y apeló, y en un segundo juzgado se llevó una sorpresa. Ese día, la jueza le dijo. Dice, no puedo creer lo que estés en este país contigo. Digo, he leído tu expediente, dice, no hay nada malo con tu casa, con tu vez como persona. Digo, antes has hecho mucho más de lo que se requiere de una persona.
Estuviste en el ejército, estuviste con migración, casi 25 años de servicio a este país y para que ellos te hayan hecho esto y que te hayan hecho batallar tanto. Dicen, lo voy a hacer todo, voy a hacer todo bien por ti. En noviembre de 2022, un año en que Estados Unidos deportó a más de 72 mil personas, a Raúl, en cambio, le aprobaron la cancelación de la deportación.
Un triunfo en medio de tantas derrotas y hace poco le entregaron un permiso de trabajo como parte de su proceso de regularización. Ahora está a la espera de que le llegue su green card que espera suceda este año. Fue una victoria que se siente temporal, pues no se sabe qué va a pasar ahora que Trump está en el poder, pero algo positivo después de siete años de miedo, angustia y rabia. Aún así, descubrir la verdad lo cambió por completo.
Es como que si te dicen, ya no eres quien pensabas, ya no eres la persona que tú creías ser. Tú en tu corazón y en tu mente, pues estás confuso. Si ya no soy esa persona, ¿quién soy? Y a pesar de que ha buscado respuestas por todos lados, nadie le dice nada. Todos evitan el tema y mi padre pues completamente se desterró de mi vida porque no quiere... Confrontar la situación o darme explicaciones quizás. El suyo no sería un caso aislado.
A finales de los 2000, la prensa local publicó que desde 1960, al menos 75 parteras en Texas habían sido condenadas por registrar fraudulentamente como estadounidenses a miles de bebés nacidos en México. Y sin su papá para responder, Raúl ha tratado de encontrar o construir su origen por sí solo. Un pasado que se remonta a las poblaciones afro que se asentaron y se mezclaron con las comunidades indígenas en el norte de México tras la abolición de la esclavitud en ese país.
Y yo cuando me pasó esto, yo me hice un ADN para saber de mis raíces. Tengo el 76% de sangre indígena y el 4% de sangre negra. Hasta la fecha todavía hay muchas tribus allá y de ahí son mis abuelos. Por eso tengo sangre negra. y por eso soy moreno y pues tengo las facciones indias. Y a pesar del silencio del padre, que ahora tiene unos 85 años, su hermano René, que sigue en México, no lo ha abandonado.
Yo decidí hacer esto por ti y pues salió mal, no es culpa tuya ni mía, son de sus padres que hicieron ese fraude cuando era pequeño. El impacto de esta mentira quizás se sentirá por generaciones. Raúl Jr., el segundo hijo de su primer matrimonio y que obtuvo la ciudadanía gracias a él, la perdió.
Hoy enfrenta el riesgo de ser deportado mientras espera que le legalicen los papeles porque su esposa es de Estados Unidos, pero con el antecedente es muy difícil que esto suceda. Lo reconoce Anita que sabe cómo funciona el sistema. un sistema del que ya está agotada. Al fin de este año ya me voy a retirar porque ya no puedo, no puedo soportar lo que estoy haciendo más. Mentalmente el trabajo ha sido muy difícil con las entrevistas y los casos.
Yo no miro papeles, yo miro una familia, yo miro la persona que está atrás de esos papeles y cómo la decisión que yo hago afecta tanto a esa persona. Y el poder que yo como trabajadora tengo de decir, tú te quedas o no te quedas. Yo te voy a deportar o no te voy a deportar. Mientras eso pasa, Raúl se dedica a cuidar de su rancho que queda a unos 15 kilómetros de la frontera, de ese muro que divide a las personas entre legales o ilegales según los papeles que tengan.
Y a pesar de que por ahora él está fuera de peligro, el adjetivo ilegal le quedó marcado. Le voy a mostrar algo. El tatuaje que me hice es de un alien, un extraterrestre con la gorrita de la marina. y con la seña de la paz. Ahora es lo que soy, soy ilegal, soy un ilegal alien que sirvió en el servicio militar de Estados Unidos.
En los primeros 100 días del gobierno de Donald Trump, se deportaron a casi 140.000 personas y se detuvieron a otras decenas de miles de migrantes. Muchos casos han sido denunciados por ser arbitrarios y por la ausencia de un debido proceso. Deciré Yepes es coordinadora de producción de Noticias Nacionales en Radio Bilingüe y vive en California. Esta historia fue editada por Camila Segura, Luis Fernando Vargas y por mí.
Bruno Celsa hizo la verificación de datos, el diseño sonidos de Andrés Aspiri con música original de Antuirán. El resto del equipo de Rambulante incluye a Paola Leán, Adriana Bernal, Aneris Casasuz, Diego Corzo, Emilia Arbeta, Camilo Jiménez Santofimio, Melissa Rabanales, Natalia Ramírez, Laura Rojas Aponte, David Trujillo y Elsa Liliana Ulloa. Samantha Suazo es pasante de Ramblante Studios. Carolina Guerrero es la CEO.
Rambulante es un podcast de Rambulante Studios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg Pro. Si te gustó este episodio y quieres que sigamos haciendo periodismo independiente sobre América Latina, apóyanos a través de Deambulantes, nuestro programa de membresías. y ayúdanos a seguir narrando la región. Reambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.
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