New York Times en Espanol 2025-04-22 - podcast episode cover

New York Times en Espanol 2025-04-22

Apr 22, 202528 min
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Summary

Este episodio presenta la lectura de dos cuentos en español. El primero, de Emilia Pardo Bazán, narra la historia de una mujer atormentada por la amenaza de un revólver. El segundo, de Arturo A. Fox, explora la vida de Agapito, un hombre que vive de la generosidad de los demás, y el impacto de este descubrimiento en su comunidad.

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Transcript

Esta grabación está destinada solamente para personas ciegas y con baja visión. La programación regular de este podcast no está disponible en este momento. Esperamos que disfrute de esta transmisión especial de AINC. Les habla Lloyd Hulse, lector voluntario para SunSounds de Arizona. Les voy a leer un cuento de Emilia Pardo Bazán. Española, el cuento se llama El revólver.

En un acceso de confianza de esos que provoca la familiaridad y convivencia de los balnearios, la enferma del corazón me refirió su mal. con todos los detalles de sofocaciones, violentas palpitaciones, vértigos, síncopes, colapsos, en que se ve llegar la última hora. Mientras hablaba, la miraba yo atentamente. era una mujer como de treinta y cinco a treinta y seis años estropeada por el padecimiento al menos tal creí aunque prolongado el examen empecé a suponer

que hubiese algo más allá de lo físico en su ruina. Hablaba y se expresaba, en efecto, como quien ha sufrido mucho, y yo sé que los males del cuerpo generalmente Cuando no son de inminente gravedad, no bastan para producir ese marasmo, ese radical abatimiento. y notando cómo las anchas hojas de los plátanos tocadas de carmín por la mano artística del otoño, caían a tierra majestuosamente y quedaban extendidas cual manos cortadas. La hice observar para arrancar confidencias.

Lo pasajero de todo, la melancolía del tránsito de las cosas. Nada es nada, me contestó, comprendiendo instantáneamente que no una curiosidad Sin una compasión llamaba a las puertas de su espíritu. Nada es nada, a no ser que nosotros mismos convirtamos ese nada en algo. ojalá lo viésemos todo siempre con el sentimiento ligero aunque triste que nos produce la caída de ese follaje sobre la arena el encendimiento enfermo de sus mejillas se avivó.

y entonces me di cuenta de que habría sido muy hermosa aunque estuviese su hermosura borrada y barrida lo mismo que las tintas de un cuadro fino al cual se le pasa el algodón impregnado de alcohol Su pelo rubio y sedeño mostraba rastros de ceniza. Canas precoces, sus facciones se habían marchitado. La tez, sobre todo, revelaba esas alteraciones de la sangre que son envenenamientos lentos, descomposiciones del organismo.

Los ojos de un azul amante con vetas negras debieron de atraer en otro tiempo Pero ahora los afeaba algo peor que los años, una especie de extravío que por momentos les prestaba relucir de locura. Pero mi modo de contemplarla decía tan expresivamente mi piedad que ella, suspirando por ensanchar un poco el siempre oprimido pecho, se decidió y, no sin detenerse de vez en cuando a respirar y rehacerse, me contó la extraña historia.

Me casé muy enamorada. Mi marido era entrado en edad respecto a mí, frisaba en los cuarenta y yo solo contaba diecinueve. Mi genio era alegre, animadísimo. Conservaba carácter de chiquilla y los momentos en que él no estaba en casa, los dedicaba a cantar, a tocar el piano, a charlar y reír con las amigas que venían a verme. y que me envidiaban la felicidad, la boda lucida, el esposo apasionado y la brillante situación social.

Duró esto un año, el año delicioso de la luna de miel. Al volver la primavera, el aniversario de nuestro casamiento, empecé a notar que el carácter de Renaldo cambiaba. Su humor era sombrío muchas veces. y sin que yo adivinase el por qué me hablaba duramente tenía exceso de enojo no tardé sin embargo en comprender el origen de su transformación En Renaldo se habían desarrollado los celos, unos celos violentos y razonados, sin objeto ni causa.

y por lo mismo doblemente crueles y difíciles de curar. Si salíamos juntos, se celaba de que la gente me mirase o me vigese al paso, cualquier tontería de estas que se les dicen a las mujeres jóvenes. Si salía él solo, se celaba de lo que yo quedase haciendo en casa, de las personas que venían a verme. Si salía sola yo, los recelos, las suposiciones eran todavía más infamantes. Si le proponía, suplicando, que nos quedásemos en casa juntos, se celaba de mi semblante entristecido.

de mi supuesto aburrimiento, de mi labor, de un instante en que, pasando frente a la ventana, me ocurría esparcir la vista hacia afuera. Se celaba, sobre todo, al percibir que mi genio de pájaro, mi buen humor de chiquilla, habían desaparecido, y que muchas tardes, al encender luz, se veía brillar sobre mi tez el rastro húmedo y ardiente del llanto.

Privada de mis inocentes distracciones, separada ya de mis amigas, de mi parentela, de mi propia familia, porque Renaldo interpretaba como ardides de traición el deseo de comunicarme, y mirar otras caras que la suya, yo lloraba a menudo, y no correspondía a los transportes de pasión de Renaldo con el dulce abandono de los primeros tiempos. Cierto día, después de una de las amargas escenas de costumbre, mi marido me advirtió Flora, yo podré ser un loco.

Pero no soy un necio. Me ha enajenado tu cariño. Y aunque tal vez tú no hubieses pensado en engañarme en lo sucesivo sin poderlo remediar, pensarías. Ya nunca más seré para ti el amor. Las golondrinas que se fueron no vuelven. Pero como yo te quiero, por desgracia, más cada día, y te quiero sin tranquilidad, con ansia y fiebre, Te advierto que he pensado el modo de que no haya entre nosotros ni cuestiones, ni quimeras, ni lágrimas. Y una vez por todas sepas cuál va a ser nuestro porvenir.

Hablando así, me cogió del brazo y me llevó hacia la alcoba. yo iba temblando presentimientos crueles me helaban Renaldo abrió el cajón del mueblecito incrustado donde guardaba el tabaco, el reloj, pañuelos, y me enseñó un revólver grande, un arma siniestra. Aquí tienes, me dijo, la garantía de que tu vida va a ser en lo sucesivo tranquila y dulce. No volveré a exigirte cuentas, ni de cómo empleas tu tiempo, ni de tus amistades, ni de tus distracciones. Libre eres como el aire libre.

pero el día que yo note algo que me hiera en el alma ese día por mi madre te lo juro sin quejas sin escenas sin la menor señal de que estoy disgustado ah eso no me levanto de noche calladamente cojo el arma te la aplico a la y te despiertas en la eternidad. lo que yo estaba era desmayada sin conocimiento fue preciso llamar al médico por lo que duraba el síncope cuando recobré el sentido y recordé sobrevino la convulsión. Hay que advertir que les tengo un miedo cerval a las armas de fuego.

De un casual disparo murió un hermanito mío. Mis ojos, con fijeza locada, no se apartaban del cajón del mueble que encerraba el revólver. no podía yo dudar por el tono y el gesto de renaldo que estaba dispuesto a ejecutar su amenaza y como además sabía la facilidad con que se ofuscaba su imaginación empecé a darme por muerta. En efecto, Renaldo, cumpliendo su promesa, me dejaba completamente dueña de mí.

sin dirigirme en la menor censura, sin mostrar ni en el gesto que se opusiese a ninguno de mis deseos o desaprobase mis actos. Pero esto mismo me espantaba, porque indicaba la fuerza y la tirantez de una voluntad que descansa en una resolución.

y víctima de un terror cada día más hondo permanecía inmóvil no atreviéndome a dar un paso siempre veí el reflejo de acero del cañón del revólver de noche el insomnio me tenía con los ojos abiertos creyendo percibir sobre la sien el metálico frío de un círculo de hierro

o si conciliaba el sueño despertaba sobresaltada con palpitaciones en que parecía que el corazón iba a salirseme del pecho porque soñaba que un estampido atroz me deshacía los huesos del cráneo y me volaba el cerebro estrellándolo contra la pared. Y esto duró cuatro años, cuatro años en que no tuve minuto tranquilo, en que no di un paso sin recelar que ese paso provocase la tragedia. ¿Y cómo terminó esta situación tan horrible? pregunté para abreviar.

porque la veía asfixiarse. Terminó con Renaldo, que fue despedido por un caballo, y se rompió algo dentro, quedando allí mismo disunto. entonces sólo entonces comprendí que le quería aún y le lloré muy de veras aunque fue mi verdugo y verdugo sistemático ¿Y recogió usted el revólver para tirarlo por la ventana? Verá usted, murmuró ella, sucedió una cosa.

bastante singular mandé al criado de renaldo que quitase de mi habitación el revólver porque yo continuaba viendo en sueños el disparo y sintiendo el frío en la sien Y después de cumplir la orden, el criado vino a decirme, señora, no había por qué tener miedo. Este revólver no estaba cargado. ¿Que no estaba cargado? No, señora, ni me parece que lo ha estado nunca, como que el pobre señorito ni llegó a comprar las cápsulas.

si hasta le pregunté a veces si quería que me pasase por casa del armero y las trajese y no me respondió y luego no se volvió a hablar más del asunto De modo, añadió la cardíaca, que un revólver sin carga me pegó el tiro, no en la cabeza, pero en mitad del corazón. Y crea usted que a pesar de digital y baños y todos los remedios, la bala no perdona. Ahora les voy a leer un cuento de Arturo A. Fox. Se llama Una profesión para Agapito.

En el pueblo todo el mundo conocía a Agapito. Era un muchacho joven, como de 25 años, simpático, casi exageradamente cortés. Siempre tenía una sonrisa en los labios y una anécdota, un chiste, un cuento para cada ocasión. Sabía tocar el piano como un virtuoso y tenía una discreta voz de barítono y un repertorio de canciones internacionales desde tangos argentinos hasta por los colombianos. desde corridos mexicanos hasta zambas brasileñas.

Las zarzuelas españolas eran su especialidad, y como la timidez no era uno de sus vicios, no era necesario insistirle dos veces para que empezara a cantar con burlona entonación. Yo, señorita, que soy soltero enamorado, la veo tan bonita, que soy sincero, estoy pasmado de que un soltero no lleve a usted a su lado. Ricos y pobres le invitaban a sus fiestas.

No por su posición social, pues Agapito era de familia humilde, sino porque el muchacho era capaz de transformar la fiesta más aburrida en un prodigio de animación. Bebía con moderación, bailaba con elegancia y no le importaba pasar todo el tiempo con la muchacha menos atractiva del baile. Era el invitado perfecto. El lugar favorito de Agapito era la barbería de Paco Morales. Era un sitio ideal durante las tardes calorosas de agosto con sus grandes ventiladores colgados del techo.

y la enorme ventana de cristales que ofrecía una vista magnífica de la plaza principal del pueblo. allí entre ruidos de tijeras nubes de talco y olor a agua de colonia barata, Agapito deleitaba la clientela de Paco con su charla inagotable. Podría hablar con la autoridad de historia romana, deportes, gramática, estrellas de cine, motores, diesel, literatura francesa.

Oiga, Agapito, ¿dónde ha aprendido usted tantas cosas? En la universidad de la vida, mi hermano. En cuestión de mujeres, la política de Agapito era más bien conservadora. Con todas y con ninguna era su lema, y aunque nunca huyó de la compañía femenina, nunca tuvo novia formal. Las muchachas, por su parte, no le tomaban muy en serio tampoco. Era un hombre libre. Así, sin mayores problemas, transcurría la vida de Agapito. Entonces, un día, sucedió lo que tarde o temprano tenía que suceder.

All right. Era la tarde de un sábado, el día favorito de Agapito porque la barbería se llenaba y podía contar con un público variado y de buen humor. Uno de los clientes que aguardaba su turno, un campesino viejo y quemado por el sol, después de reírse del último chiste de Agapito, le dijo. es verdad que usted sabe contar un cuento muy bien joven gracias caballero es usted de aquí del pueblo sí señor aquí he vivido toda mi vida y a qué se dedica usted Agapito dejó de sonreír. ¿Cómo?

Sí, ¿en qué trabaja usted? Agapito se puso pálido. ¿Yo? Pues, hago distintas cosas. ¿Qué clase de cosas? Papeles. ¿Papeles? Sí, papeles, documentos, comprende. Ah, trabaja usted con un abogado. Ah. Esta explicación fue suficiente para el viejo campesino, pero no para el resto del auditorio. Poco después, cuando Agapito se marchó, los comentarios empezaron. Ese es el mejor chiste que le he oído a Agapito, que trabaja con un abogado.

Bueno, yo a veces lo he visto en el bufete del licenciado Muñiz. Sí, dijo otro, va por ahí cuando Muñiz necesita un testigo y le paga un par de pesos por firmar. Paco Morales dejó quietas las tijeras un momento y se rascó la cabeza. —Pero, ¿y de qué vive Agapito? —preguntó. un silencio hasta que belarmino el dueño de la panadería saltó Hombre, pues es muy sencillo. Vive de nosotros. ¿De nosotros? —No digas eso, Berlarmino. Agapito nunca me ha pedido un centavo.

No, él nunca pide dinero, no le hace falta, no se dan cuenta, vive en casa de su tía Amalia y no paga alquiler, come en el restaurante de su padrino, que no le cobra por la comida. Y lo demás se lo damos los amigos. Por ejemplo, Ernestico Sánchez, que todos los años se compra seis o siete trajes. Le regala casi siempre a Agapito los del año anterior. ¿Resultado? Agapito viste mejor que todos nosotros. Y sus trajes no solo son de buena calidad,

sino que siempre están limpios y bien planchados. ¿Por qué? Porque Agapito es muy amigo de Sun Li, la hija del chino de la lavandería. Y tú, Paco, le das el agua de colonia para el pañuelo, ¿sí o no? ¿Y no usa también tu navaja, tu jabón y tu loción de afeitar? Pues, es verdad.

y todos los días llega a mi panadería y qué hace pues me cuenta un cuento y mientras yo me río él se come dos o tres dulces y a mí claro me da pena cobrarle ¿cómo voy a cobrarle si él también está detrás del mostrador, como yo? Belarmino continuó citando nombres y servicios hasta que todos quedaron convencidos del hecho evidente. Agapito era ni más ni menos que un parásito social.

Y como aquel era un pueblo pequeño, muy pronto todo el mundo empezó a hacerse las mismas preguntas que la gente de la barbería, y el chiste del día consistió en preguntar, dime, ¿y tú qué le has dado a Agapito? era sábado por la tarde la barbería de paco morales como de costumbre estaba llena Pero no había gran animación. Los clientes leían el periódico, conversaban o miraban por la ventana a las muchachas que pasaban por la acera.

Paco, al parecer, no tenía ganas de hablar aquella tarde. Solo se oía el clip-clip de su tijera incansable. Buenas tardes, Paco. Buenas tardes, don Matías. ¿Cómo le va? Regular. ¿Saben la última noticia? Agapito se va del pueblo. —Sí, ya nos enteramos, murmuró Paco. —Es lo mejor, ¿verdad? —Claro. —Por supuesto, sin duda.

todos asintieron todos menos cap de vila el maestro de la escuela superior pues yo no estoy de acuerdo con ustedes dijo yo creo que es deplorable que agapito tenga que irse del pueblo ¿Los otros le miraron con asombro, deplorable, ese payaso que ha vivido todos estos años de nosotros sin trabajar? —Ese es el error de ustedes, replicó el maestro. Agapito es un juglar y de los buenos. Ese es su oficio. El problema es que él mismo no lo sabe.

¿Un juglara? ¿Y qué es eso? Un poeta. Todos rieron. ¿Y dónde están los poemas de Agapito? Los juglares son unos poetas muy especiales, no escriben sus poemas, los cantan y los dicen, inventan historias y después no les importa que otros las repitan como si fueran originales. Algunas son historias serias, otras son cómicas, otras son tristes, pero siempre entretienen. En los tiempos pasados, los reyes y los nobles traían a los juglares a sus cortes y les daban techo, comida y oro si eran buenos.

Después la profesión entró en decadencia desgraciadamente. La culpa, sin embargo, no fue de los juglares. Silencio. Los demás miraban a Capdevilla con desconfianza. Se preguntaban si el maestro les estaba tomando el pelo. Paco Morales había interrumpido su labor. Es decir que, según usted, contar cuentos es una profesión. usted es un hombre de intuición replicó cap de vila sí contar cuentos es en ciertos casos una profesión mal pagada pero

Paco cayó de pronto y los demás limitaron. La campanita de la puerta había sonado y una figura conocida acababa de entrar. Buenas tardes a todos. Hola, hola, Agapito, ¿qué tal? Pues ya me ve saludable y contento como siempre. Paco le miró con atención a través del largo espejo de la barbería como si le viese por primera vez.

—He oído que te vas del pueblo, Agapito. —Sí, señor, viene precisamente a despedirme. Yo tengo un amigo en piedra blanca que me ha pedido que le ayude a empezar un negocio nuevo, un negocio que promete mucho. Oye, ¿tú no te has afeitado hoy? Agapito tosió. —No, la verdad es que no he tenido tiempo. —Seguro. Mira, ahí están la navaja y el jabón. ¿Por qué no aprovechas y te afeitas ahora? Luego no vas a tener tiempo. Bueno, si usted insiste. ¡Claro, hombre!

silencio mientras agapito empezaba a afeitarse la voz de berlarmino el dueño de la panadería se oyó desde un rincón has oído algún cuento nuevo últimamente de agapito Agapito le miró con incredulidad. A su alrededor las sonrisas empezaron a encenderse con cierta embarazada timidez.

Vamos, hombre, ¿tenemos que rogarte? Bueno, ¿han oído ustedes la historia del burro que quería ser senador? No, no. y el clip clip de la tijera de paco formó un coro alegre para la voz de agapito éste era una vez un burro no muy inteligente El último cuento es del escritor argentino Jorge Luis Borges. Se llama Los dos reyes y los dos laberintos. Cuentan los hombres dignos de fe, pero Alá sabe más.

que en los primeros días hubo un rey de las islas de babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes.

Y el rey de Babilonia, para hacer burla de la simplicidad de su huésped, lo hizo penetrar en el laberinto donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja alguna. pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía un laberinto mejor y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día.

Luego regresó a Arabia, juntó a sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna. que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. lo amarró encima de un camello veluz y lo llevó al desierto. y le dijo oh rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo en babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras puertas y muros Ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío.

donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso. Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere. Les habló Lloyd Hulse, lector voluntario para Sun Sounds de Arizona. If you missed your favorite program, you can find it on demand select broadcast info and audio. 7777

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