Stefan Zweig - La colección invisible | Stories in Spanish from well-known authors - podcast episode cover

Stefan Zweig - La colección invisible | Stories in Spanish from well-known authors

Feb 24, 202516 minSeason 1Ep. 2
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Episode description

¿Qué valor tienen realmente las cosas que poseemos? ¿Es el arte solo una inversión o algo más profundo?

En este episodio, te traigo La colección invisible, un relato de Stefan Zweig que refleja cómo las crisis pueden transformar la vida y los sueños de las personas.

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Transcript

La colección invisible de Stefan Zweig

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Antes de comenzar tengo que darte las gracias por algo. La semana pasada este pódcast consiguió colocarse en los rankings de pódcasts de educación y aprendizaje de idiomas con solo el primer episodio. De hecho, pasó algo más impresionante todavía: en algunos países llegó a superar al pódcast de español de Duolingo, uno de los más escuchados del mundo. Así que muchas gracias por este gran recibimiento, por escucharlo, comentarlo y recomendarlo a otros estudiantes.

Como siempre, antes de empezar con la historia, voy a contarte un poco más sobre su autor: Stefan Zweig /Estéfán Zvaig/. Y por cierto, los nombres de los autores y autoras siempre los voy a pronunciar como se pronuncian en español, ¿ok?

Zweig nació en Viena en 1881 y fue uno de los escritores más importantes de la literatura europea de la primera mitad del siglo XX. Su obra se caracteriza por un estilo elegante y una gran sensibilidad psicológica, y por eso ha podido describir las complicadas emociones humanas y las transformaciones de la sociedad de su época.

Vivió en Europa en una época marcada por las guerras y por la crisis económica del período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Era pacifista y estuvo en contra de la guerra desde el principio. Con el crecimiento del nazismo tuvo que exiliarse, primero en Inglaterra y luego en América Latina. Fue en una pequeña ciudad de Brasil, donde se suicidó en 1942 junto a su esposa, ya que habían perdido las esperanzas por el futuro de Europa, debido al avance del nazismo.

La colección invisible es un cuento breve sobre las consecuencias de la inflación alemana tras la Primera Guerra Mundial. Fue publicado en 1927, y en este relato conoceremos a un anticuario de Berlín que, según sus propias palabras, va a contarnos “la historia más curiosa que le ha sucedido en treinta y siete años de carrera”.


La colección invisible

Un episodio de la inflación alemana

Dos estaciones de tren después de salir de Dresde, subió a nuestro compartimiento un señor mayor. Saludó con la mano de manera educada y me miró con atención, como si me conociera. Al principio, no lo recordé, pero cuando dijo su nombre con una pequeña sonrisa, lo reconocí de inmediato. Era un famoso anticuario de Berlín. Antes de la guerra, yo había visitado su tienda muchas veces para comprar libros antiguos.

Al principio, hablamos de cosas sin importancia, pero, de repente, él dijo:

—Tengo que contarle algo. Es la historia más curiosa que me ha ocurrido en mis treinta y siete años como comerciante de arte.

Continuó hablando con entusiasmo. Me explicó que, debido a la crisis económica, el valor del dinero había cambiado por completo. Las nuevas personas ricas querían comprar todo tipo de objetos antiguos: esculturas, cuadros, grabados (que son ilustraciones impresas) y libros raros, como si fueran simples mercancías. A veces, querían llevarse todo lo que había en la tienda, incluso las lámparas y los muebles. 

—El problema —dijo el anticuario— es que cada vez es más difícil encontrar nuevas piezas para vender.

Se quedó en silencio un momento y después me contó que había tenido una idea: revisar los antiguos registros de clientes de la tienda para ver si alguno de ellos todavía tenía láminas o grabados repetidos para venderle. Sin embargo, la mayoría de esos clientes ya no podían comprar arte debido a la mala situación económica que estaban pasando. Algunos habían vendido sus colecciones, otros habían fallecido, y los pocos que seguían vivos ya no estaban interesados en el mercado del arte.

Pero entonces encontró algo interesante: un antiguo cliente que llevaba más de sesenta años comprando grabados en la tienda. Este hombre había sido cliente del abuelo y del padre del anticuario, y aunque nunca había visitado la tienda en persona, había enviado muchas cartas cuidadosamente escritas.

—Parecía un hombre de otra época —explicó el anticuario—, con un estilo de escritura muy ordenado y educado. Era meticuloso con su dinero, siempre pagaba en monedas pequeñas y usaba sobres baratos para enviar sus cartas. Pero tenía un excelente gusto para coleccionar arte. A lo largo de los años, había reunido una colección impresionante, llena de grabados raros y valiosos.

El anticuario pensó que este hombre debía seguir vivo, ya que su colección nunca había aparecido en ninguna subasta. En una subasta las personas ofrecen diferentes precios por un producto, y la que esté dispuesta a pagar más puede comprar el objeto. Decidió visitarlo para ver si aún tenía sus grabados y si estaba dispuesto a vender alguno.

Viajó a una pequeña ciudad de Sajonia, un lugar tranquilo y sin mucha actividad. Mientras caminaba por las calles, le pareció extraño pensar que, en una ciudad tan simple, pudiera vivir alguien con una colección de arte tan increíble.

Cuando llegó a la dirección del coleccionista, encontró un edificio antiguo y sencillo. En la puerta, había un pequeño cartel con su nombre y título: Consejero de Bosques y Economía.

Tocó la puerta y le abrió una anciana con el cabello blanco. El anticuario le entregó su tarjeta a la mujer y le preguntó si podía ver al Consejero. Ella lo miró con sorpresa y algo de desconfianza, pero después de dudar un momento, le pidió que esperara. Entró en la casa y poco después se escuchó una voz fuerte y amistosa:

—¡Ah! ¡El señor de Berlín! ¡Pase, pase, con mucho gusto!

El anticuario entró en la habitación y vio a un hombre mayor, de pie, muy derecho y con un gran bigote blanco encima de sus labios. Tenía una actitud militar, pero su sonrisa era sincera y amable.

Sin embargo, algo le pareció extraño. El anciano no dio un solo paso hacia él. Se quedó inmóvil en su lugar y extendió las manos esperando que el anticuario se acercara. Fue entonces cuando el anticuario se dio cuenta: el hombre era ciego. No podía ver.

Desde que era niño, el anticuario siempre había sentido cierta incomodidad al hablar con personas ciegas. Pero el coleccionista lo recibió con tanta alegría que casi no tuvo tiempo de pensar en ello.

—¡Qué sorpresa tan agradable! —dijo el anciano con entusiasmo—. No esperaba una visita de Berlín. Pero, claro, cuando los comerciantes de arte viajan, hay que tener cuidado… ¡seguro que quiere comprar algo!

El anticuario intentó explicarle que no había venido a vender, sino que simplemente quería conocerlo, ya que había sido un cliente importante de la tienda durante tantos años.

Al escuchar esto, el anciano se sintió orgulloso. Se volvió hacia su esposa, como si quisiera que ella también escuchara, y dijo:

—No sabe cuánto me alegra su visita. Tiene que ver mi colección. ¡No encontrará nada igual en toda Alemania!

Pidió a su esposa que le trajera la llave del armario donde guardaba sus carpetas con los grabados. Pero en ese momento, la anciana hizo un gesto desesperado con las manos, como si quisiera decirle al anticuario que no aceptara la invitación.

Entonces, la mujer le dijo dulcemente a su esposo:

—Pero Herwarth, ya casi es mediodía. No has preguntado al caballero si tiene tiempo ahora. Además, después de comer necesitas descansar, como dijo el médico. Quizá podrías mostrarle tu colección más tarde, cuando nuestra hija Annemarie esté aquí para ayudarte.

El anticuario comprendió lo que quería decir la anciana y rápidamente inventó una excusa:

—¡Tiene razón! No me di cuenta de la hora. ¿Le parece bien que venga a las tres de la tarde?

El anciano aceptó, aunque no estaba muy contento.

—Bueno, bueno… pero sea puntual, porque hay mucho que ver.

Cuando el anticuario salió de la casa, la anciana lo siguió hasta la puerta. Se veía nerviosa. Le habló en voz baja:

—¿Le importaría que Annemarie lo recogiera en el restaurante del hotel antes de venir a la casa? Hay algo que queremos explicarle…

El anticuario aceptó y más tarde, en el hotel, conoció a Annemarie, la hija del coleccionista. Ella estaba visiblemente nerviosa y avergonzada. Después de varios intentos, finalmente dijo:

—Mi padre perdió la vista al comienzo de la guerra y ya no puede ver su colección… pero cada día saca sus carpetas y las toca con las manos, como si aún pudiera admirarlas. Es lo único que lo hace feliz. Pero hay un problema.

Entonces, le explicó lo peor: la familia había tenido que vender la colección sin que él lo supiera.

La inflación había hecho que el dinero perdiera su valor. No tenían suficiente para vivir y la única opción había sido vender los grabados, uno por uno. Pero, para que su padre no se diera cuenta, habían reemplazado los originales por reproducciones y hojas en blanco. Él no veía la diferencia, y todavía creía que su colección estaba intacta.

Annemarie le rogó, le suplicó, al anticuario:

—Por favor, no le diga la verdad. No podría soportarlo.

Cuando el anticuario regresó a la casa, el anciano comenzó a mostrarle su "colección". Con orgullo, levantaba hojas en blanco y describía con entusiasmo cada detalle de los grabados que ya no estaban allí.

El anticuario decidió ayudarlo y fingió admirar las piezas en blanco. Durante dos horas, escuchó al anciano describir su colección “invisible”. Era algo terrible, pero a la vez muy conmovedor ver al hombre tan feliz y emocionado.

Al final, cuando se despidieron, el coleccionista tomó su mano y le dijo:

—Me ha dado usted una gran alegría. En mi testamento, dejaré escrito que su tienda será la encargada de vender mi colección cuando yo ya no esté.

El anticuario se despidió conmovido y salió a la calle. Había llegado a la casa con la intención de llevarse algunas piezas de arte, pero finalmente se iba con algo mejor: un nuevo entusiasmo puro y vivo por el arte, algo que los hombres de esa época parecían haber olvidado.

Desde la ventana, el anciano saludaba al anticuario con alegría. No tenía idea de que su tesoro había desaparecido, porque en su mente, aún lo tenía todo. Entonces el anticuario recordó una vieja frase: «Los coleccionistas son gente dichosa, afortunada».

Y hasta aquí, estudiante, esta emotiva historia. ¿Qué te ha parecido?

Como ves, es un cuento corto pero lleno de significado. A través de este relato sencillo, el autor nos muestra cómo la crisis económica puede afectar no solo la vida material de las personas, sino también su estado emocional y psicológico.

Lo primero que encontramos es una crítica a los nuevos ricos de la época, que se aprovechaban de los problemas económicos de algunas personas, para comprar objetos de arte a precios poco justos, sin apreciar su verdadero valor.

Por otra parte, el personaje del coleccionista me parece muy conmovedor. Es ciego y su ceguera simboliza la negación frente a una realidad muy dura y triste. Y por eso se refugia en su colección: real o no, tan solo el recuerdo de sus piezas de arte lo hace feliz. Para el anciano, su colección es una parte esencial de su identidad. Al perderla, también pierde una parte de sí mismo. Y por eso la mentira de su familia, aparece como una forma de protegerlo y darle felicidad en sus últimos años.

Es una historia melancólica, que transmite la incertidumbre (la falta de certeza) y desesperación de la época. En tiempos de crisis económica, podemos preguntarnos cuál es el verdadero valor de las cosas. Y pensaba en la importancia de tener y cuidar nuestra propia “colección” de aquello que sea importante para nosotros, así solo sea de nuestros recuerdos. Es algo que ninguna crisis económica nos va a poder quitar.

Y tú, estudiante, ¿que coleccionas?

Te espero en el próximo episodio de Más que historias. ¡Un abrazo grande!


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