Ante la ley de Franz Kafka
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Como siempre, antes de empezar con la historia, voy a contarte un poco más sobre su autor: Franz Kafka.
Kafka nació en Praga en 1883, en el seno de una familia judía de habla alemana. Su literatura es única y reconocible: sus personajes suelen estar atrapados en situaciones absurdas, angustiantes y sin salida, enfrentándose a un poder invisible que nunca llegan a comprender del todo.
Seguramente has oído hablar de La metamorfosis, su relato más famoso. En él, un hombre se despierta una mañana convertido en un enorme insecto, sin que nadie le explique por qué. Esta historia es un gran ejemplo del estilo de Kafka, donde los personajes aceptan lo absurdo como si fuera normal y luchan con sentimientos de culpa, aislamiento y frustración.
Además de La metamorfosis, Kafka escribió novelas como El proceso y El castillo, en las que explora la burocracia, el poder y la imposibilidad de alcanzar la justicia o la verdad.
El relato que escucharás hoy, Ante la ley, forma parte de una de estas novelas, El proceso, y fue publicado de manera independiente en 1915. Es una historia corta, pero llena de significado, sobre un campesino que quiere entrar en la Ley, pero se encuentra con un guardián que se lo impide.
Ahora, escucha con atención Ante la ley de Franz Kafka.
Un campesino, un hombre del campo llega a una gran puerta. La puerta es alta, fuerte y pesada. Detrás de ella está la Ley. Frente a la puerta hay un guardián con un abrigo grueso de piel y una barba negra y frondosa. Su cara es seria y sus ojos parecen saberlo todo.
El campesino se acerca con respeto.
—¿Puedo entrar en la Ley? —pregunta.
El guardián lo mira y responde con calma:
—No por ahora.
El hombre no entiende. ¿Por qué no puede pasar? Se queda un momento en silencio y después pregunta:
—¿Podré entrar más tarde?
El guardián se encoge de hombros y dice:
—Tal vez. Pero no ahora.
El campesino siente curiosidad. Desde su posición, la puerta está un poco abierta. Intenta mirar dentro, pero el guardián lo ve y sonríe.
—Si tienes tanta prisa, entra —dice el guardián—. Pero recuerda algo: yo soy fuerte. Y solo soy el primero de los guardianes. Si sigues adelante, encontrarás más guardianes. Cada uno es más poderoso que el anterior. El tercero es tan terrible que ni siquiera puedo mirarlo.
El campesino se queda en silencio. No esperaba esto. Pensaba que la Ley era algo abierto para todos, algo justo y accesible. Sin embargo, el guardián parece peligroso. Sus palabras dan miedo. Su abrigo de piel y su mirada dura y fría le hacen dudar.
Después de pensarlo un poco, decide esperar. Quizá más tarde el guardián le permita pasar.
El guardián le da un pequeño banco de madera y le dice:
—Si quieres, siéntate aquí.
El hombre se sienta junto a la puerta y espera.
Los días pasan. Luego semanas. Luego años.
El campesino intenta entrar muchas veces. Pregunta, insiste, incluso suplica de rodillas. Pero el guardián siempre responde lo mismo: "No puedes entrar ahora".
Con el tiempo, el hombre se impacienta. Decide ofrecerle regalos. Primero, le da dinero. Luego, comida. Más tarde, ropa y objetos de valor.
El guardián acepta todo, pero le dice con voz tranquila:
—No creas que esto te ayudará. Acepto tus regalos solo para que no pienses que no lo intentaste todo.
El campesino siente desesperación. Mira al guardián durante mucho tiempo. Lo observa todos los días. Lo analiza, lo estudia. Se da cuenta de pequeños detalles: las arrugas en su cara, la forma en que mueve los dedos, el tono de su voz cuando habla. Incluso llega a ver las pulgas que viven en su abrigo de piel. Sí, ya le son familiares hasta esos pequeños insectos.
El tiempo sigue pasando. Primero, el campesino habla en voz alta. Se queja. Se enfada. Pregunta por qué la puerta está cerrada. Más tarde, cuando se vuelve viejo, solo susurra para sí mismo. Su voz ya no tiene fuerza.
Los años pesan sobre su cuerpo. Sus ojos ya no ven bien. Todo es cada vez más oscuro. No sabe si es porque hay menos luz o si es porque está perdiendo la vista. Pero, en medio de la oscuridad, ve un resplandor, una luz intensa. La puerta sigue iluminada por dentro.
Siente que su vida se acaba. Su cuerpo está débil. Su mente está cansada. Pero antes de morir, se da cuenta de algo importante.
Llama al guardián con un gesto de la mano. Ya no puede levantar la voz. El guardián se acerca. Como el campesino es ahora muy pequeño y delgado, el guardián tiene que inclinarse mucho hacia delante para escucharlo.
—Tengo una última pregunta —dice el campesino con un hilo de voz—.
El guardián suspira y pregunta:
—¿Qué quieres saber ahora? Eres insaciable.
El campesino respira hondo y dice:
—Todos quieren entrar en la Ley. Es algo importante. Algo que todos buscan. Pero en todos estos años, nadie más ha intentado entrar por esta puerta. ¿Por qué?
El guardián lo mira fijamente. Su rostro no muestra ninguna emoción. Después de un breve silencio, responde con voz firme:
—Esta puerta era solo para ti. Nadie más podía entrar por aquí.
El campesino abre los ojos con sorpresa.
El guardián se endereza y dice la última frase con voz fuerte y clara:
—Ahora, la voy a cerrar.
El campesino escucha el sonido de la puerta al cerrarse.
Y entonces, todo se vuelve oscuro.
Pues ya hemos terminado, estudiante.
Esta historia de Franz Kafka es una de esas que dejan muchas preguntas abiertas. Su significado no es completamente claro, pero eso es parte de su encanto.
Una posible interpretación es que el campesino representa a cualquier persona que busca algo importante en la vida: conocimiento, justicia, verdad o simplemente una oportunidad. Pero siempre hay obstáculos, representados por el guardián. Muchas veces, estos obstáculos parecen insuperables, aunque tal vez sean una ilusión.
Otra lectura es que el guardia representa las reglas y barreras invisibles que seguimos sin cuestionar. El campesino nunca intenta entrar de verdad. Solo espera, porque cree que el guardián tiene el poder absoluto sobre su destino. ¿Y si hubiera intentado entrar en algún momento? ¿Qué habría pasado?
En El proceso, novela donde aparece esta parábola, el protagonista, Josef K., llega a una conclusión interesante: quizá el problema no era la Ley, ni los guardianes, sino el campesino mismo, que aceptó esperar en lugar de actuar.
Es una historia que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida: ¿cuántas veces hemos esperado sin razón? ¿Cuántas puertas nos han dicho que están cerradas, pero en realidad nunca intentamos cruzarlas? Interesante reflexión, ¿verdad?
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¡Gracias por escuchar hasta el final, estudiante! Nos escuchamos y vemos en el próximo episodio de Más que historias.
Un abrazo grande.