Dictatorship in Venezuela, The Country without a Future (Dictadura en Venezuela, El País que se Quedó sin Futuro) - podcast episode cover

Dictatorship in Venezuela, The Country without a Future (Dictadura en Venezuela, El País que se Quedó sin Futuro)

Apr 29, 202534 minSeason 4Ep. 31
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Summary

Este episodio narra la devastadora historia de Venezuela bajo las dictaduras de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, desde la esperanza inicial hasta el colapso económico, la escasez, y el éxodo masivo. A través de experiencias personales, se describe cómo las políticas gubernamentales llevaron a la hiperinflación, la falta de servicios básicos y la emigración de millones de venezolanos en busca de un futuro mejor.

Episode description

Today's episode is different. And it's different not because it's a true story (because we always feature those on our podcast), but because your narrator, Anthony, went through the events expressed in the tale.


This is the reality of how Venezuela collapsed, of what led 7 million people to flee the country and seek a better life elsewhere. It's an account of how any average family (in this case, a family that supported the government at its beginning) lost all its net worth and soon struggled to combat starvation.


This is the Learn Spanish with Stories podcast, where we help you learn Spanish while showing you the reality of life in Latin America (both good and bad). So let's dive in, and we hope it helps you understand why so many Venezuelans are now spread across the globe.


 Transcript of this episode is available at: https://podcast.lingomastery.com/listen/3086

Transcript

Before we get into today's episode, there's something I want to share with you and please listen carefully. The way you've been taught to learn Spanish is likely wrong. That's a big statement, I know. But the repeat-after-me method that we are all too familiar with is far from the most effective method for learning Spanish. In fact, several studies have found the RWL method to be far more effective, up to 325% more effective. Isn't that crazy?

That means that if it would normally take you three years to learn Spanish, it could now take you just one year, simply by switching to a simpler and more effective method. I know you're probably wondering, what's the RWL method? It's simple, but I can't cover it fully on this podcast episode, so we've put together a free masterclass to teach you all about how this method works and how you can use it to become a Spanish speaker much faster.

You can join for free if you head over to lingomastery.com slash Spanish Masterclass. That's Spanish Masterclass, all one word, no dashes or anything. www.lingomastery.com slash Spanish Masterclass. See you there! Now, let's get on with the episode. Welcome to another exciting episode of the Learn Spanish with Stories podcast season 4.

I'm Anthony, your host, and today we're demonstrating how powerful storytelling can be when paired with the Reading While Listening or RWL technique to skyrocket your Spanish fluency. Remember that you can access the transcript And if you're listening on Spotify or Apple Podcasts, we'd absolutely love it if you left us a five-star review. Oh, and don't forget. Our five-day free Spanish masterclass is still open for signing up and improving your Spanish.

secure your spot today at lingomastery.com slash spanish masterclass once again that is lingomastery.com slash spanish masterclass Now let's dive headfirst into a brand new story. Imagine waking up one day and finding your generous savings can't even buy a candy bar or loaf of bread anymore. That's exactly what happened in Venezuela, a country that used to be among the richest in the Americas, but now struggles to feed its people.

This is the true story of how a dream of helping the poor turned into a nightmare of hunger, darkness and exile. It all began with a man with a plan named Hugo Chavez, a leader who promised to fix everything that was wrong with the country and take it into a new age of equality and prosperity. He gifted people with wealth and riches and made big promising speeches, but slowly, the country started falling apart at breakneck speed.

But then came Nicolás Maduro and life became even harder. Supermarkets stood empty, hospitals turned dangerous and families said goodbye forever at bus stations and airports. And I'm not even telling this story as an observer. I witnessed this up close, living there. But this story isn't just about me. In this episode, we're talking about a girl who became so poor she reused the same school notebook all year because paper became too costly.

We tell the tale of a doctor being forced to use a phone's flashlight to perform surgeries during blackouts. We share the real accounts of millions of people who left their homes, carrying only photos and hope. The strangest part? The country with the world's largest oil reserves now can't even keep the lights on. Join me in this episode as we uncover how it got so bad.

Episodio 31 Dictadura en Venezuela El país que se quedó sin futuro Yo, Alberto, nací en Caracas en 1990, en un barrio humilde pero lleno de vida. Para cuando Chávez ganó las elecciones en 1998, apenas tenía ocho años. Pero recuerdo la esperanza que se respiraba en las calles. Mi papá, obrero de la construcción, lo apoyaba porque decía que por fin los pobres tendrían voz.

Mi mamá maestra era más escéptica. —Los políticos siempre prometen y nunca cumplen —repetía ella mientras veíamos los discursos del comandante en la televisión estatal. En 1999 todo cambió. Chávez impulsó una nueva constitución y mi colegio público, antes abandonado, recibió pintura nueva y unos computadores viejos que nunca funcionaron bien.

Pero mis padres estaban contentos porque ahora teníamos acceso a consultas médicas gratuitas en las misiones Barrio Adentro, aunque a veces no había medicinas o los doctores cubanos no entendían bien nuestros síntomas. Los primeros años fueron contradictorios. Por un lado, en mi casa empezamos a comer mejor gracias a los mercados subsidiados, conocidos como Mercal, donde comprábamos arroz, harina y pollo a precios bajos.

Por otro, la polarización era evidente. En el colegio, los hijos de los que apoyaban a Chávez y los de quienes lo odiaban dejaron de juntarse. Mi tío, ingeniero en la empresa nacional de explotación petrolera, PDVSA, llegaba furioso a las reuniones familiares. Están destruyendo la industria petrolera, decía mientras mostraba fotos de colegas despedidos por oponerse al gobierno.

y el punto de quiebre llegó en 2002. Recuerdo el caos de abril. Mi mamá me escondió bajo la cama cuando escuchamos disparos cerca de nuestra casa, durante el golpe de estado que derrocó a Chávez por 48 horas. Cuando volvió al poder, la celebración en mi barrio duró toda la noche, pero la huelga petrolera que siguió nos dejó sin gasolina durante semanas. Mi papá perdió su trabajo porque las constructoras paralizaron muchos proyectos. A medida que yo crecía, notaba cómo el país se transformaba.

Las expropiaciones de empresas sonaban bien en teoría, para nosotros, los pobres, pero en la práctica significaba que las fábricas cerraban y los productos escaseaban. De hecho, para 2005, mis padres hicieron fila dos y hasta tres días para conseguir un kilo de harina de maíz, producto básico de la gastronomía venezolana que ya no se encontraba en cualquier esquina.

Lo más doloroso fue ver cómo se desvanecía la esperanza inicial. En 2006 cuando Chávez ganó su tercera elección, mi mejor amigo Sebastián se fue a España. Aquí en el futuro, me dijo, entregándome su colección de cómics y dándome un último abrazo. Yo no lo entendí entonces, pero para 2010 cuando entré a la universidad pública, la realidad era innegable. Las aulas se caían a pedazos. Los profesores daban clases sin sueldo y cada semana llegaban noticias de alguien cercano que emigraba.

Mi familia se aferraba a pequeños logros. Mi hermana menor nació en un hospital público renovado pero, cuando tuvo neumonía a los tres años, tuvimos que comprar los antibióticos en el mercado negro porque el hospital no tenía. Lo mismo teníamos que hacer con la leche, y había historias de terror donde las personas mezclaban leche en polvo para niños con cal para poder sacarle más dinero a sus ventas, causando la muerte de varios niños.

Mi abuela, diabética, dependía de que un vecino le trajera insulina desde Colombia. Para cuando Chávez anunció su cáncer en 2011, ya sabíamos que algo irreversible había pasado. El petróleo seguía financiando todo, pero en mi barrio los apagones eran diarios. El agua llegaba cada 15 días y la violencia nos tenía encerrados después de las 6 pm.

Aún así, cuando Chávez murió en 2013, lloré junto a mi mamá frente a la televisión. A pesar de todo, había sido el presidente que nos hizo sentir importantes. Pero esa misma noche escuché a mi padre susurrar. Ahora sí estamos jodidos. Lo que no sabía en ese momento es que en cinco años estaría cruzando la frontera colombiana con una mochila y los ahorros de mi familia, convertido en uno más del éxodo venezolano.

Pero volviendo al 5 de marzo de 2013, escuché el anuncio que nadie quería creer. El comandante se fue al cielo. Yo tenía 22 años, estudiaba comunicación social en la Universidad Central de Venezuela y recuerdo el silencio incómodo en el aula cuando se apagaron los celulares transmitiendo en vivo el llanto de Nicolás Maduro. ahora presidente interino y quien pronto sería también presidente definitivo.

Mi profesora de teoría política, una chavista histórica, cerró su libro y dijo, ahora verán lo que es la verdadera lealtad. La despedida de Chávez fue un espectáculo dantesco. Durante diez días su cuerpo estuvo expuesto en el cuartel de la montaña, mientras millones hacían filas bajo el sol para verlo. Mi madre hizo fila dieciocho horas. Era lo mínimo que podía hacer por él, dijo al regresar con los pies hinchados, llevando un folleto con la cara de Chávez sonriente que guardó como reliquia.

Maduro el heredero era distinto. Donde Chávez irradiaba carisma, él parecía torpe. donde Chávez improvisaba discursos hipnóticos, Maduro leía guiones con frases como, imperio burgués, que hasta los chavistas repetían en tono de burl. Maduro ganó por apenas 1.5% de votos en abril de 2013 y la oposición denunció fraude. Esa noche, en mi casa, los vecinos celebraban mientras las televisoras transmitían imágenes de protestas ardientes en la ciudad.

había rumores de que el candidato opositor fue amenazado de muerte para aceptar el resultado. Pero, como sea, Maduro ahora era presidente de Venezuela. El país que heredó Maduro ya estaba enfermo, pero no lo supimos hasta que la fiebre subió. En 2014, cuando yo trabajaba ya como reportero freelance, cubrí las primeras grandes protestas estudiantiles. La gota que derramó el vaso fue el de intento de violación de un estudiante en la Universidad de Los Andes.

Los muchachos salieron a la calle con pancartas hechas de cartón de embalaje que decían, no es delincuencia, es hambre. vi cómo la Guardia Nacional lanzaba perdigones a chicos de 17 años y cómo los colectivos armados, los grupos armados de choque enviados por el gobierno, perseguían manifestantes. Grabé con mi teléfono cuando un coronel le gritó a un grupo de periodistas, aquí no hay derechos humanos, esto es guerra.

Esa noche mi editor me obligó a borrar el video. No podemos publicar esto, dijo. Era abril de 2014 y ya respirábamos autocensura. Para 2016, la crisis económica nos golpeaba directo en el estómago. Hacíamos filas desde las 3 a.m. para comprar harina. Y mi hermana menor aprendió a reconocer los árboles con frutos comestibles por un manual de supervivencia que circulaba en WhatsApp.

El sueldo de mi padre equivalía a 12 dólares mensuales, y la comida ya no era barata solo porque estábamos en un país pobre. Costaba igual que en otros países. Un domingo abrimos la nevera y solo había medio plátano maduro. Mi madre lo partió en cinco pedazos para que, al menos, tratáramos de engañar al hambre. Así que el año 2016 me encontró pesando 12 kilos menos. No era dieta, era pura necesidad, o como decían en ese tiempo, la dieta de Maduro.

Recuerdo el día que mi novia Daniela, estudiante de medicina, me mostró cómo improvisaban sueros intravenosos con agua hervida en el hospital donde hacía pasantía. Si llega alguien con dengue, estamos jugando a adivinar las dosis, me confesó con los ojos llorosos. Lo más humillante era la hiperinflación.

En diciembre de 2017, cuando nació mi sobrino, sus pañales costaban más que mi salario quincenal. Los billetes de 100 bolívares, que antes servían para un café, ahora no alcanzaban ni para el papel higiénico. Vendí mis libros de la universidad a 5.000 bolívares cada uno. Un mes después, ese dinero no compraba una barra de pan. Pero lo peor llegó en 2018. Mi abuela Rosa, con Alzheimer avanzado, necesitaba un medicamento que solo existía en la farmacia del Seguro Social.

Durante meses fuimos cada madrugada hasta que un día el vigilante nos dijo la verdad. No llega nada desde hace un año, muchachos. Los camiones se venden en la frontera. Mi abuela murió dos semanas después. Y esa misma tarde, mientras veíamos su tumba en el cementerio, supe que mi turno de partir, de alguna forma u otra, estaba cerca. Y es que la hiperinflación nos convirtió a todos en matemáticos desesperados.

Los billetes de 100 bolívares que guardé en 2014 para comprar unos zapatos nuevos, para 2017 no alcanzaban ni para un paquete de gomas de mascar. Vendí mi PlayStation 3 por el precio de 3 pollos. Cuando el salario mínimo mensual equivalía a dos cajas de huevos, la gente inventaba trabajos absurdos. Hacía fila en las colas de comida profesionalmente, para otros, a tiempo completo, debo agregar, o vendía tapas de botellas como piezas de arte, entre otras cosas.

Los apagones transformaban nuestra ciudad en un laberinto de sombra. Sin refrigerador, aprendimos a conservar la carne frotándole sal y sumergiéndole en aceite. El agua llegaba cada 10 días y cuando lo hacía, salía marrón. Mi hermana menor desarrolló sarpullido por bañarse con esa mezcla pestilente. Pero nada como cuando mi madre, diabética como mi abuela, pasó dos días inconsciente por mezclar sus medicamentos vencidos con té de hojas de mango.

En el barrio empezamos a jugar macabramente a ¿Quién se fue hoy? Los González partieron a Perú en un autobús con las ventanas tapeadas. Los Mendoza cruzaron la selva del Darien con sus gemelos de cinco años. Mi mejor amigo desde primaria, José, apareció flotando muerto en el Caribe, tras hundirse la lancha en la que viajaba ilegalmente, junto a 40 personas más a Curacao. Para su funeral no hubo flores, solo un puñado de tierra sobre una caja vacía.

Entonces, mi familia tomó la decisión que juraríamos nunca considerar. Vendimos la nevera, la lavadora y hasta las láminas de zinc del techo para comprar cuatro boletos a Colombia. El día de la partida, mi padre se puso mi mochila escolar porque no podíamos pagar maletas. Cruzamos el puente Simón Bolívar caminando, como tres millones de venezolanos antes que nosotros.

Recuerdo voltear a ver por última vez y pensar que lo más cruel no era haber perdido todo, sino darte cuenta de que tu país seguía funcionando en esa normalidad. Durante ese primer amanecer en Bogotá, el olor a arepas quemadas me despertó. Era diciembre y mi mamá insistía en cocinar como si aún estuviéramos en Caracas, aunque la harina de maíz costaba el triple.

Mientras rasgaba el desayuno carbonizado, la televisión del hostal transmitía imágenes de Mike Pence anunciando nuevas sanciones contra el gobierno de Maduro. ¿Eso nos ayudará? Preguntó mi padre con voz ronca y lágrimas en sus ojos. Nadie supo responderle. En el centro de atención médica donde conseguimos trabajo temporal, conocí a Eduardo, un exdirector de banco que ahora limpiaba baños.

me mostró en su celular cómo las cuentas en dólares que tenía en Miami estaban congeladas por orden del Departamento del Tesoro estadounidense. congelaron tres mil millones de nuestros activos internacionales, murmuró mientras restregaba un inodoro. Pero los rusos les pasaron 5.000 millones en petróleo prepagado a Maduro el mes pasado. No le afectó en lo más mínimo. La geopolítica se volvió tangible cuando empezamos a ver los camiones blancos de la ayuda humanitaria atascados en la frontera.

Y en febrero de 2019, cuando Juan Guaidó se declaró presidente interino, trabajé como voluntario descargando cajas médicas de USAID en Cúcuta. Las lágrimas me cegaron al abrir un cargamento de insulina, el mismo medicamento que le faltó a mi abuela. Pero los tanques del ejército venezolano bloquearon los puentes, mientras en Caracas aparecían aviones rusos cargados de alimentos destinados a ayudar al pueblo.

pero que luego vendían en los CLAP, programas de distribución de alimentos a precios en dólares que nadie podía pagar. En el comedor comunitario donde almorzábamos, un periodista chileno me explicó el juego de ajedrez que estábamos viviendo. China le dio a Maduro 62 mil millones en préstamos desde 2007 a cambio de petróleo. Y ahora que no puede pagar, les entregó el campo petrolero de las Cristinas.

Mientras hablaba, mi hermana jugaba con un termo de leche en polvo donado por Canadá que tenía la bandera de Venezuela torcida. Lo más surrealista fue ver cómo Cuba mantenía a 22,000 cooperantes en Venezuela cambiando médicos por petróleo subsidiado, mientras nosotros, sus graduados, limpiábamos pisos en el exterior. Cuando el gobierno colombiano nos otorgó el Estatuto Temporal de Protección, recibí mi primer sueldo completo, 300 dólares.

Era 10 veces lo que ganaba en Caracas. Pero al mes siguiente, Maduro anunció al Petro su criptomoneda respaldada en nada. El Bitcoin venezolano valía menos que el papel higiénico que ahora fabricábamos en Colombia. Luego en 2021, cuando la Unión Europea envió observadores para las elecciones regionales, ya yo llevaba más de dos años sin pisar Venezuela.

Mi primo, que aún vivía allá, me envió fotos de las filas para votar. Ancianos apoyados en bastones bajo un sol de 38 grados centígrados, mientras los funcionarios revisaban sus carnets del PSUV. Si no votas, pierdes el derecho a la caja clap, me explicó. Es decir, se quedaban sin comida, un riesgo que no podían darse. Ese mismo día, la oficina donde trabajaba en Bogotá recibió la visita de diplomáticos noruegos preguntando por testimonios para las negociaciones en México.

Les conté sobre Daniela, que seguía en Caracas reutilizando guantes quirúrgicos. La última vez que vi a mi país en las noticias internacionales fue cuando Chevron recibió permiso de Estados Unidos para reabrir operaciones. Los comentaristas hablaban de flexibilización de sanciones, pero yo solo podía pensar en mi padre, ahorra jardinero a sus 63 años, regando rosales en una mansión cuyos dueños especulaban con bonos de deuda venezolana.

En 2023, mientras empacaba pedidos de comida venezolana en el restaurante de Bogotá donde trabajaba, un día escuché en la radio que Venezuela aumentó 5% su PIB. Mis compañeros se rieron con amargura. ¿Creció en dólares o en petros? Bromeó Emilio, el repartidor que fue ingeniero petrolero. La noticia llegaba días después de que el Banco Central agregara 14 ceros a nuestra moneda. El nuevo billete de 100 bolívares digitales valía menos que el código QR que lo imprimía.

En el barrio Kennedy, donde vivía con otros migrantes, la realidad se colaba por las pantallas de nuestros celulares. Mi hermana, que era cajera en un supermercado, me mostraba videos de las primarias opositoras de octubre de ese año. Filas interminables bajo la lluvia y jóvenes con camisetas manchadas de tinta indeleble. «Es la primera vez en años que permiten elecciones sin inhabilitaciones masivas», susurró en ese momento.

Pero cuando María Corina Machado ganó con 92% de los votos, el Tribunal Supremo de Justicia la declaró ineligible. El mismo patrón de siempre, aunque ahora los hashtags protestaban en TikTok. Mi padre recibió noticias de su hermano en Maracaibo. Han llegado inversión extranjera, pero solo aceptan dólares en efectivo. Los hospitales seguían sin insumos, pero en el este de Caracas habrían clínicas privadas, donde una consulta costaba lo que ganábamos nosotros en tres días.

Con todo esto, la diáspora se había convertido en la principal fuente de divisas, 8.100 millones de dólares en remesas el año anterior, según el Banco Mundial. ironía cruel que estábamos sosteniendo al país y a la dictadura que nos expulsó. En enero de 2024, cuando la corte de Inglaterra decidió que el oro venezolano debía ir a Guaidó y no a Maduro, celebramos con hallacas hechas de harina de maíz colombiana.

Pero al día siguiente, Reuters publicaba que Rusia estaba ayudando a evadir sanciones a través de criptominería. La geopolítica seguía jugando con nosotros como fichas de un tablero sucio. Lo más doloroso era la división entre los que se fueron y los que se quedaron. Mi madre recibía audios de sus amigas en Caracas. Ustedes los emigrados viven en Disneylandia, le decían, mientras ella limpiaba casas a sus 62 años.

Daniela, que finalmente pudo irse a Argentina, me escribió. Aquí me validaron el título, pero extraño hasta los apagones. Hoy cumplo seis años fuera de mi país. Cuando salgo de mi trabajo paso frente a un mural que dice, Venezuela viven sus migrantes. Pienso en mi sobrino nacido en Bogotá, que pronuncia abuelo con acento colombiano. Él nunca ha visto el Ávila, pero sabe hacer arepas perfectamente redondas. Aun así, las preguntas nos corroen todas las noches.

¿puede reconstruirse un país donde el 80% de los profesionales se fueron? ¿Cómo sanar a una generación que aprendió que votar no cambia nada? ¿Valdrá la pena volver si algún día mejoran las cosas, dejando atrás las vidas que construimos en el exilio? Quizás nuestra verdadera patria ya no sea un territorio, sino esta resistencia testaruda que llevamos en la sangre. O será como dice mi padre mientras riega sus plantas de ají en la ventana. Lo que no mata, abona.

pero yo me pregunto, ¿qué podrá florecer en esa tierra arrasada? A quick and rare personal note from your host, Anthony. This episode was not easy to write or to narrate. I lived in Venezuela for two decades, and things have really been as bad as you heard in this episode. I saw it up close, and there was a time when I was making as little as $10 a month.

The only reason why I was able to escape the hell I narrated just now was thanks to clients around the world who gave me a chance as a young Venezuelan engineering student. It's not a matter of being left or right wing as it has been in other countries either. More so the fact that there has been a lack of basic empathy and humanity from a dictator's regime that will stop at nothing to remain in power.

Even now as my family and friends that are still in Venezuela strive to make their lives a bit better or to find a way out of the madness, things continue to deteriorate. with no escape in sight after the recent robbery of the elections. And clearly, democracy is in the past when it comes to Venezuela.

So my message to you today is, do not listen to the anti-Venezuelan rhetorics spread by leaders and politicians, who have made it sound as if Venezuelan migrants are all criminals. Instead, sit down with the Venezuelan and ask them about their experiences. Listen to them, support them by giving them work, and give them an opportunity if you can, like so many others. And a shout out here to Lingo Mastery, for example, did back then to me.

The world needs a lot more empathy. We can all do our part and make it a better place. Thank you. This has been the 31st episode of the Learn Spanish with Stories podcast season 4. Dictadura en Venezuela. El país que se quedó sin futuro. Were you aware of the reality faced by Venezuelans both at home and around the world? What do you think needs to happen for Venezuelans to regain democracy?

The following is a section of questions for you to test your knowledge on the story to make sure that you've understood everything. Are you ready? Let's start. ¿Por qué la gente apoyó a Hugo Chávez al principio? ¿Qué pasó cuando el petróleo dejó de dar dinero? ¿Por qué millones de venezolanos se fueron del país? Question 4. ¿Cómo ayudaron otros países a Venezuela? Question 5. ¿Qué esperan los venezolanos para el futuro? Got any idea what the answers are? Let's hear them now.

Answer for question one. ¿Por qué la gente apoyó a Hugo Chávez al principio? Porque prometió ayudar a los pobres y mejorar sus vidas. Because he promised to help the poor and improve their lives. Answer for question two. ¿Qué pasó cuando el petróleo dejó de dar dinero? La economía colapsó y no había comida ni medicinas. The economy collapsed and there was no food or medicine. Answer for question 3. ¿Por qué millones de venezolanos se fueron del país?

porque ya no podían sobrevivir sin trabajo, comida o seguridad. Because they couldn't survive anymore without jobs, food or safety. Answer for question four. ¿Cómo ayudaron otros países a Venezuela? Algunos dieron comida y medicinas, otros pusieron sanciones al gobierno. Some sent food and medicine. Others put sanctions on the government.

Answer for question 5. ¿Qué esperan los venezolanos para el futuro? Que algún día haya democracia y puedan regresar a un país mejor. That one day there will be democracy and they can return to a better country. Venezuela was once a rich country with a healthy oil industry. In 1998, Hugo Chavez became president, promising to help the poor. He changed laws to obtain more power, expropriated businesses and gave away food and medicine. At first, life improved for some, but soon the problem started.

Factories closed and the country relied only on its dwindling oil production and sale. When Chavez died in 2013, Nicolás Maduro took over. Somehow things got much worse. Money lost its value. A loaf of bread cost thousands of believers. People stood in line for hours or days to buy food. Hospitals had no medicine or electricity. And over 7 million Venezuelans left the country to survive and continue to do so to this day.

The US stopped buying Venezuelan oil while Russia and China lend Venezuela money in exchange for the oil. Talks to fix the crisis have failed time and time again. Today Maduro is still in power but many oppose him. Elections are unfair and broken and those who protest get arrested for months or years. Families are split. Some have left. Others have stayed.

Kids grow up abroad, forgetting Venezuela. Those who remain struggle daily. The country's broken, but its people keep hoping for change. Will Venezuela ever recover? Only time will tell. Another episode has ended but your Spanish learning journey is just getting started. Don't forget, you can find a complete transcript and translation for all episodes And if you're enjoying the show, make sure to follow us on Spotify or Apple Podcasts and drop a five-star review. It means the world to us.

Last thing, our 5-day free Spanish Masterclass won't be available forever, so sign up now at lingomastery.com slash spanishmasterclass before it's gone. That is lingomastery.com slash spanishmasterclass. Thank you for listening. See you in the next episode, Spanish learner. One quick thing before I let you go. You could be learning Spanish up to three times faster just by implementing the RWL method.

So if you don't know what the buzz is all about, we've put together a five-day free masterclass to teach you all about the RWL method and how you can use it to become a Spanish speaker faster. You can join for free if you head over to lingomastery.com slash Spanish Masterclass. That's Spanish Masterclass, all one word, no dashes or anything. www.lingomastery.com slash Spanish Masterclass See you then.

This transcript was generated by Metacast using AI and may contain inaccuracies. Learn more about transcripts.
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