Un podcast. Lo mejor está por escuchar. Las respuestas que obtienes dependen de las preguntas que formulas. Thomas Kuhn Gracias por ver el video. El juez con la familia, quizá cada uno. lo que estoy intentando decir, si me dejas, es que los científicos no tienen ni idea. Y no lo digo yo, es que no están ni idea. No podemos permitirnos cometer los mismos errores de 2020 y 2021. Tenemos que trabajar juntos, con rapidez, con eficacia.
todas las alarmas. A pesar del cierre aéreo y marítimo ordenado por la Casa Blanca, ya son más de 10.000 los casos del IDF detectados en el país solo en lo que llevamos a cenar. Se intensifican las protestas en Buenos Aires tras 10 semanas de confinamiento estricto. No hay ninguna evidencia científica de que la gente responde.
responsable del SCG se transmita por el aire? Ninguna. ¿Entonces qué hacemos? Si los políticos no saben qué hacer ni los científicos saben qué hacer, ¿qué hacemos? ¿A dónde vamos? ¿Eh? ¿A quién acudimos? Señor, me lo dice el mundo. Dona saludos a los cuerpos y confortos a los cuores. Porque sabemos que tú has curado de nosotros. La firma de Dios. Episodio 1 de 8. La plaga. ¿Me acercas el agua, por favor? Sí.
Gracias. Hola. Señora Cobo. Sí. Adelante. Pase, por favor. Buenos días. Buenos días. Buenos días. Tú me asiento, por favor. Gracias. Sesión 427. Compareciente Sara Cobo Laborde. Señora Cobo, ¿acepta voluntariamente participar en esta comisión de la memoria? Sí. Aproxímese al micrófono, por favor. Sí, acepto. Le informamos de que esta sesión va a ser grabada, transcrita y archivada para futuras consultas. ¿Está de acuerdo? Sí.
Como ya sabe, el objetivo de esta comisión, recogido en su estatuto fundacional, es recopilar la información de lo sucedido en los últimos 16 años. No se buscan responsabilidades individuales de ninguna clase ni estamos capacitados para ejercer justicia. Le rogamos, por tanto, que hable con total libertad. Entendido. Señora Cobo, díganos, por favor, a qué se dedicaba en el año 2024. Trabajaba como bióloga molecular. ¿Dónde?
En Birkma, un laboratorio privado. ¿Aquí, en España? Sí, sí, en Madrid. ¿Era un centro grande, pequeño? Pequeño, unas 30 personas. Nada que ver con los centros públicos que había en aquella época. ¿Les iba bien? Sí, teníamos buenos contratos. Con empresas farmacéuticas, sobre todo. ¿Qué hacían allí? ¿A qué se dedicaban? Estábamos especializados en citogenética molecular. Va a tener que explicarnos qué es eso. Claro, disculpen.
La citogenética es el área de la genética que estudia los cromosomas, su función, su estructura, todo. ¿Así que esta empresa, Bifurma, era un centro de investigación? No, no exactamente. Teníamos también un área enfocada a la terapia, servicios de oncología, medicina molecular. Pero usted no trabajaba ahí. No, yo estaba en el área de I más D. En 2024 empezó a estudiar el STG. Sí.
Mi equipo y yo. Pero usted lideraba ese equipo. Veo aquí que firmaba las publicaciones como investigadora principal. ¿Han encontrado publicaciones nuestras? Diagnóstico citogenético molecular del síndrome X frágil. Es nuestro, sí. ¿Puedo preguntar de dónde lo han sacado? Tenemos nuestros recursos. Señora Cobo, háblenos del STG.
Bueno, no sé si queda algo por decir ya. Hágase a la idea de que no sabemos nada. Y que necesitamos saberlo todo. A ver, bueno, SETG son las siglas del síndrome de trastorno genético. Su nombre original en inglés es Genetic Disorder Syndrome, GDS. Se encontró en enero del 2024. Nosotros empezamos a estudiarlo un poco después, a mediados de marzo. ¿Por qué? Perdón.
¿Por qué decidieron estudiarlo? ¿Fue una decisión suya o se lo pidieron sus superiores? Pues no lo recuerdo exactamente. En ese momento todo el mundo se puso a investigar el STG en todas partes, vamos. Quiero decir que no era nada raro. Bien. Siga. El STG tenía... Que no sé muy bien por dónde empezar. Digamos que el STG era... Era raro.
Al principio se pensó que era un virus, pero la verdad es que no se parecía a nada que hubiésemos visto antes. ¿A ningún otro virus? Sí, a ningún otro virus, a ningún otro agente infeccioso, a nada. ¿Qué tenía de especial? Muchas cosas, para empezar su comportamiento. Era incoherente. ¿Qué quiere decir con incoherente? Caótico. Era caótico. Solo que eso no podía ser porque los virus no son caóticos.
Los virus se comportan de una determinada manera que conocemos bien desde hace mucho, y este no lo hacía. Por ejemplo, estaba la cuestión de la transmisión. No sabíamos cómo se transmitía. Primero se pensó que lo hacía por el aire, porque es lo más común, pero resultó que no. Se dedujo entonces que sería por contacto, por lo que llamamos vectores biológicos. Un mosquito, un microorganismo, pero tampoco era eso.
La cantidad de maneras en que puede propagarse un virus es limitada, por inhalación, por ingesta, por la picadura de un insecto, por las secreciones sexuales, por una transfusión sanguínea o por el canal del parto. Pero el STG no parecía que se propagase de ninguna de esas formas. ¿Entonces? Pues tenía que estar haciéndolo de otra manera. Acaba de decir que no hay más maneras. Ya, pero los hechos estaban ahí. Se producía un brote en una región, muy concentrado.
Con una tasa de incidencia altísima, dos de cada cien. Pero no había ni un solo caso en la región de al lado. Ni uno. Incluso en barrios, dentro de una misma ciudad. En un barrio la incidencia era del 20%. Y en el de al lado, cero. Nada. Ni un infectado. Ni una posible.
Esa gente se cruzaba todos los días, algunos eran familia, trabajaban juntos, compraban la comida en los mismos sitios. En el laboratorio teníamos una broma con eso, decíamos que el STG se contagiaba por el código postal. Era como en el mapa de Snow, ¿lo conocen? Me temo que no. En el siglo XIX el cólera hacía estragos en Londres. Creían que se transmitía por el aire, pero un médico, Jon Snow, no estaba convencido. Fue apuntando todos los casos, uno por uno.
e hizo un mapa con ellos, anotando dónde vivían. Muchos se concentraban en una misma zona de la ciudad y otros trabajaban por allí cerca. Habló con algunos de ellos para ver si encontraba un patrón y se dio cuenta de que todos habían bebido de una misma fuente. En cuanto la cerraron, el cólera desapareció de Londres. ¿Por eso se investigó el agua corriente? Sí, durante meses, pero no encontraron nada. Bien. ¿Y cuál era su teoría? En aquel momento, no, no ninguna.
Yo también habría apostado por el agua. Ese comportamiento, no sé si puede decirse errático. Perfectamente. ¿Ese comportamiento errático del STG se daba en todo el mundo? En todas partes, sí. En algunas zonas incluso de forma más acentuada. Me acuerdo de un caso, en un barrio de Taiwán, donde se infectaron todos los vecinos de un bloque. Todos. Si eran 60, los 60.
Pero no se contagió a nadie más en todo el barrio, ni sus familiares, ni los compañeros de trabajo, ni los compañeros de colegio de los niños, solo ellos, los de ese bloque. Dice que usted no tenía ninguna teoría, pero sabemos que otros sí las tenían. Sí, sí.
¿Recuerda alguna que quiera comentar? A ver, teorías había para todos los gustos, de todo tipo. Lo que pasa es que ninguna se sostenía mucho tiempo. En cuanto se proponía una hipótesis, al poco alguien daba unos datos que la echaban por tierra. ¿Por ejemplo?
Pues mire, se llegó a pensar que el STG estaba relacionado con la exposición a ciertos materiales de construcción, algo que había en los edificios. Se invirtió muchísimo tiempo en eso, estudiándolo, dándole vueltas, pero era una idea... Vamos, que estaba claro que no iba por ahí. ¿Por qué? Por el patrón de contagios, porque los edificios, los materiales de construcción en Europa no tienen nada que ver con los de Taiwán o Sudáfrica, nada que ver. Y en todas partes estaba pasando lo mismo.
No eran los edificios, no era un agente biológico que manaba por las paredes. Si tan evidente era para usted, ¿por qué hubo tantos científicos que se dedicaron a estudiarlo? Y ahí estaba su esperanza, lo achacaban al cambio climático. ¿Qué tiene que ver el cambio climático con todo esto? Absolutamente nada. Pero estábamos tan desesperados por entender qué era aquello, por qué el STG se comportaba de esa manera que todo el mundo se agarraba a un clavo ardiendo. Explíquese.
Verán, cuando se produce una alteración en un sistema, solo hay una manera de encontrar su origen. Se busca qué condiciones han cambiado y cuáles han permanecido estables. En este caso, en la pandemia del 24, lo que había cambiado era la temperatura global, radicalmente, además.
Se acordarán de que entre el 22 y el 24 la temperatura subió casi un grado, con una barbaridad. Algunos le echaban la culpa a eso. Creían o querían creer que algún material podía haber hecho algún tipo de reacción por ese cambio de temperatura, pero nadie encontró ninguna prueba. Señora Cobo, volvamos un momento al origen de la pandemia. De acuerdo. ¿Cuál era el foco? Bueno, ese era otro de los problemas que no se sabía. Perdón.
No teníamos ni foco ni paciente cero. Se investigó durante meses. La OMS movilizó a un grupo de expertos, bueno, a varios grupos de expertos, creo recordar, pero no vieron con nada. También es verdad que la OMS ya estaba muy tocada por entonces. Pero tuvo que haber un primer caso. Había un primer caso detectado, pero seguramente no era el paciente cero. Como no se conocía el modo de transmisión, no había manera de saberlo. ¿Lo recuerda ese primer caso?
Sí, sí, fue en Gapdos, una isla griega. Tiene, o, bueno, tenía, mejor dicho, 180 habitantes. Eran pescadores casi todos. Así que se pensó que el virus podía haber saltado de los peces a las personas a través de la cadena trófica. Pero tampoco se pudo confirmar. No, bueno, sí, se confirmó que no era eso. No, no eran los peces. Señora Cobo, de todas las particularidades que nos está comentando del STG, ¿cuál fue la que más le sorprendió a usted personalmente? Pues...
Tendría que pensarlo un momento. Ha pasado bastante tiempo ya, pero creo que lo más sorprendente, o mejor dicho, la primera sorpresa grande, el primer auténtico shock fue cuando se descubrió que no lo provocaba un virus. Háblenos de eso. Es que, bueno, es algo complejo. No es fácil explicarlo sin... ¿Tenemos que salir? No, es un aviso de derrumbe. No se preocupe. Aquí estamos seguras.
¿Prosigo entonces o...? Espere un momento. A veces afecta a la grabación. Bien. Es cuestión de unos segundos. Las ventanas aguantan. Vale. No es la primera vez. ¿Sigue grabando? Lo compro. Vale. Todo en orden. Sí, nos estaba... Nos estaba contando que se sorprendió cuando se supo que el STG no lo causaba un virus. Sí.
El problema es que partíamos de un error. Creíamos que lo que provocaba el STG, fuera lo que fuese, mutaba cierto gen dentro de los pacientes. Lo que se descubrió, y eso fue la gran revolución, es que no lo mutaba, sino que lo activaba. Lo despertaba. Explíquese. En el ADN tenemos un montón de secuencias que no sabemos para qué sirven. No codifican proteínas, no hacen nada, o parece que no hacen nada. Antes lo llamábamos ADN basura.
Algunas de estas secuencias son vestigios de antiguos virus, muy muy antiguos, virus que infectaron a nuestros antepasados hace millones de años y que se han quedado dentro de nosotros sin utilidad o sin utilidad aparente. Lo que se descubrió es que... El STG era la expresión de uno de esos genes que de pronto se activaba. ¿Por qué? Esa era la pregunta, claro. ¿Por qué se activaba de repente un gen que llevaba millones de años en nuestro ADN?
Sin hacer el menor ruido. Lo más cercano a eso que habíamos visto eran unos experimentos en laboratorio que hizo un grupo estadounidense, me parece. Manipulaban la expresión genética de bacterias aplicándoles un cierto tipo de luz. Pero en el caso del STG no era la luz, no podía ser la luz. ¿Entonces qué? Pues un agente externo, eso seguro. Así que se retomó la idea del cambio climático.
¿Y si se había producido alguna alteración que nos había pasado desapercibida? Y esa alteración nos estaba afectando a nivel genético. A ver, no era descabellado. Había evidencias de que muchos contaminantes pueden hacer eso. Señora Cobo... Tenemos aquí unas cifras que nos gustaría compartir con usted. Sí, claro. En marzo de 2024 se registraron 167.000 casos de STG en todo el mundo.
En abril de ese mismo año, más de cuatro millones. Sí, no recuerdo los números exactos, pero eran algo así. A ver, el crecimiento era exponencial, sin patrón, o sin un patrón que entendíásemos, pero exponencial. A pesar de los confinamientos. Es que los confinamientos no servían de nada. En abril ya estaba todo el planeta confinado, todas las fronteras cerradas, pero no sirvió de nada. No servía de nada porque no nos enfrentábamos a un virus, sino...
¿A una gente ambiental que ni siquiera sabíamos dónde estaban ni cómo se propagaba? A mí a lo mejor era peor quedarse en casa, podía ser. Los políticos no querían oír hablar de eso, pero era una posibilidad. ¿Cree que los gobiernos se equivocaron tomando esas medidas? No, no, no digo eso. No quiero decir eso. Hicieron lo que creían que era mejor con los datos que tenían. Solo que no tenían los datos correctos. Nadie los tenía.
A eso se le suma el ruido mediático. Y ahí todavía había redes sociales. Y eso no ayudó. La gente estaba asustada. Es normal. Y difundían toda clase de tonterías. La presión sobre los científicos fue grande en esos meses. Sí, sí, ya lo creo. ¿Experimentó usted esa presión? Sí, bueno, es que todo el mundo quería respuestas y las quería ya. Lo que pasa es que la ciencia no funciona así. No funciona por presión.
Lo estamos viendo ahora. No sirve de nada presionar a los científicos. No van a hacer un descubrimiento antes porque les metas prisa. Y sin embargo, usted hizo un descubrimiento. Sí, sí, pero no por la presión. Y no fui yo sola, fue un trabajo conjunto. Yo era la cabeza visible, sí, pero hubo muchas personas implicadas. Señora Cobo, no ha sido nada fácil hablar con usted. Sí, sí, lo sé. Mientras lo intentábamos, mientras la buscaban.
Esta comisión ha tenido la oportunidad de hablar con mucha gente. Llevamos más de 400 entrevistas, 426, sin contar esta. Y debo decirle que su nombre ha aparecido varias veces. Me va a permitir. Rodrigo Carasa, ¿lo recuerda? Sí, sí, Rodrigo, claro. Sigue vivo, ¿está bien? Lo estaba hace dos meses. Como no sabíamos si daríamos con usted, ni si seguía viva. Necesitamos a declarar. Era mi ayudante. Eso nos dijo. Permita que le lea un fragmento de su declaración. A ver. Sí.
No creo exagerar si digo que Sarah Cobo empezó todo lo que nos ha traído hasta aquí. Ella le quitaría importancia. Diría que lo encontró ella como pudo haberlo encontrado cualquier otro. Pero el caso es que fue ella. Aunque creo que su mérito no fue tanto descubrirlo como preguntarse qué podía significar aquello. Otros lo hubiesen descartado, pero ella no. Sarah se empeñó en que tenía que significar algo.
Dio significado a lo que otros hubiesen tomado por un error. Para mí, eso es genialidad. No sé qué decir. Es muy amable. Algunos dirían lo contrario. Dice literalmente que usted nos ha traído hasta aquí. Ah, no, yo no lo había interpretado así. Señora Kubo. Si la hemos buscado con tanto ahínco es porque consideramos que su aportación a la Comisión de la Memoria es fundamental en este punto en concreto. Necesitamos que sea muy clara, muy clara. Cuéntenos qué descubrió.
¿Y cómo lo hizo? Bien. Fue cinco meses después del brote de Grecia, en mayo a finales. Parecía que había pasado muchísimo más tiempo porque casi no dormíamos, ni salíamos del laboratorio prácticamente, nos pasábamos el día trabajando.
Estar al día no era fácil. Había grupos de investigación de todo el mundo colgando sus trabajos en Internet, en plataformas de libre acceso. Era virtualmente imposible leerlo todo, ni ojearlo siquiera. Todo el mundo estaba trabajando en el STG, en todas partes, cada uno desde su...
Bueno, su perspectiva. Nosotros nos habíamos centrado en un aspecto muy concreto. ¿Cuál? En el estudio de ese gen que les he dicho, aquel vestigio genético que de pronto se activaba sin que nadie supiese por qué, lo llamaban gen problema. Llegamos a un acuerdo con un hospital para que nos facilitasen muestras de los pacientes. Previo permiso escrito por su parte, desde luego. ¿Qué hospital? Tenían un ala entera dedicada a STG. La cuestión es que...
En una de aquellas muestras encontramos... ¿Qué? Saben que el ADN se compone de cuatro bases químicas. Adenina, citosina, guanina y timina. Esas cuatro bases se representan con cuatro letras. Sus iniciales son A, C, G, T. Un gen es una sección de ADN, un pedacito de esas cadenas larguísimas, y por tanto los genes tienen esas cuatro letras combinadas. Eso es lo que conforma un gen. Sí.
Bien, pues al analizar una de las muestras que nos facilitó el hospital encontramos un gen problema formado solo por una letra. La G. Guanina. ¿Eso es... Inhabitual? No, no, no es inhabitual, es imposible, es o era estadísticamente imposible. Conocíamos algo parecido, islas CPG se llaman, regiones del ADN donde la G y las C son mayoría, pero nada parecido a un gen entero con una sola letra. Eso no se había visto jamás y cambiaba completamente el paradigma de la biología molecular.
una revolución. ¿Podía ser un error? Eso pensamos, que la muestra se habría adulterado de alguna forma, por radiación, probablemente. Puede pasar, era una explicación que, bueno, digamos que era factible. Así que volvimos al hospital. Buscamos al paciente que había aportado esa muestra y le extrajimos otra. Lo mismo. El mismo resultado. Guanina. Nos dimos una semana.
Para pensar, porque estaba claro que tenía que ser un error, algo estábamos haciendo mal. Pero no se nos ocurrió qué podía ser, así que acabamos publicando lo que habíamos encontrado. Lo colgamos en uno de esos repositorios de libre acceso que les he dicho. ¿Aún sabiendo que podía ser un error?
Estábamos por hecho que lo era. Básicamente decíamos, hemos obtenido estos resultados, algo hacemos mal, pero no sabemos qué. ¿A alguien se le ocurre qué puede ser o a alguien le está pasando lo mismo? ¿Hubo respuesta? Varias, sí, pero solo una que importe. Un laboratorio alemán de Heidelberg nos dijo que les estaba pasando exactamente lo mismo. Habían encontrado un gen problema formado por una sola letra, solo que en su caso era la A, adenina.
No lo habían hecho público porque, igual que nosotros, estaban seguros de que tenía que ser un error. Pero no lo era. No, no lo era. Era algo nuevo. ¿Qué repercusiones tuvo su descubrimiento? Para empezar tuvimos que ampliar la plantilla. Empezaron a llamarnos de todas partes. Laboratorios, farmacéuticas, medios de comunicación. Me refería a repercusiones científicas. Bueno, fue...
Desconcertante. En la comunidad científica se produjo como una división. La mayoría seguía pensando que aquello estaba mal, que no podía ser. ¿Creían que mentían? No, no. Alguien lo pensaría, supongo, pero nadie nos acusó de mentir o no a la cara.
Estaba claro que si se había encontrado lo mismo en Alemania y en España, es que había algo. ¿Y qué pensaba el resto? El resto, como les digo, una minoría, pensaba que de verdad habíamos dado con algo, solo que la mera idea era vertiginosa, porque si aquello era correcto...
¿Qué era? ¿Qué teníamos delante? ¿Y por qué se producía? Porque seguíamos sin tener ni idea. Se escribió muchísimo sobre el asunto. ¿Algo que quiera reseñar? Casi todo lo que se publicó era literatura científica. Entonces todavía se pensaba que aquello era una cuestión biológica. No entendíamos las implicaciones. ¿Cuándo las entendió usted? Mucho después y me costó. Yo soy, o era, una mujer de ciencias.
Creo que lo sigo siendo, aunque ya no estoy muy segura, no lo sé. Hubo un periodista, publicó un artículo que me gustó, aunque nadie le hizo mucho caso. Recuerdo que lo imprimimos y lo pusimos en un corcho allí, en el laboratorio. Llamaba a nuestro descubrimiento el umbral. Me pareció bonito. ¿El umbral? Sí, no recuerdo las palabras exactas, pero venía a decir que aquello era como...
El acceso a un nuevo mundo, un mundo desconocido. Decía que aquel descubrimiento, los dos, el alemán y el nuestro, nos llevaría a entrar en una especie de nueva era del conocimiento. Acertó entonces. Bueno, no del todo. Él hablaba del STG como si fuese una enfermedad, lo cual es normal y hasta cierto punto correcto, aunque no es exacto como sabemos ahora. Es verdad que nos enfermaba y en algunos casos...
Llegaba a matar a los pacientes, pero no creo que debamos llamarlo enfermedad. ¿Eso lo piensa ahora o lo pensaba ya entonces? Ahora, ahora. Por entonces sabía que había algo extraño, claro, pero... Pero no soy tan inteligente, ni nadie, porque que yo sepa, nadie lo vio venir. El mundo, la humanidad, nunca habíamos visto nada ni remotamente parecido.
Nadie estaba preparado para algo como aquello, ni los científicos, ni los filósofos, ni los religiosos. Nadie. ¿Cree que de haber intuido en ese momento a lo que nos enfrentábamos, los científicos lo habrían dejado, habrían parado? No, estoy completamente segura de que no. ¿Por qué? Porque el ser humano no funciona así. Si damos con un reto de esas dimensiones, la humanidad no se para solo porque sepa que es peligroso o...
o porque esté mal. Habríamos seguido investigando, igual que hicimos con la bomba atómica, por ejemplo, o luego con el diseño genético. Nos habríamos metido en la boca del lobo, independientemente de las posibles consecuencias, que fue exactamente lo que hicimos. Eso hicimos y asumo mi parte de culpa. Nos lanzamos al abismo sin tener ni idea de lo que nos estaba esperando dentro. La firma de Dios. Una serie de José Antonio Pérez Ledo, con dirección y diseño sonoro de Teo Rodríguez.