E177 Una historia de inadecuación: X no cabe en el mundo - Stories in Spanish - podcast episode cover

E177 Una historia de inadecuación: X no cabe en el mundo - Stories in Spanish

Jun 28, 202421 minSeason 1Ep. 177
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Esta es una historia sobre ti, estudiante. También es sobre mí. Y sobre ella y él. Por supuesto que también es una historia que habla de nosotros, vosotras y ellos.

No hay nada que me guste más que una historia de inadecuación, que es la trama principal de esta historia que te cuento en el episodio 177 de Intermediate Spanish Podcast

¿Qué persona no se ha sentido alguna vez en el mundo de esa forma?

Ese sentimiento universal que todas las personas hemos experimentado; no sentirse adecuada en algún momento, contexto o época. Inadecuación con alguna persona o grupo.

¡Disfruta del episodio y aprende mucho!

PD: ¿Has escuchado nuestro nuevo pódcast en inglés?: English and Beyond

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Transcript

Episodio 177: Una historia de inadecuación: X no cabe en el mundo

Hola, estudiante. Gracias por volver a un episodio más. Hoy te traigo una historia. La historia de X.

Ya sabes que puedes leer la transcripción de forma gratuita en la web www.spanishlanguagecoach.com

Si no me conoces, mi nombre es César, soy profesor de español, de España concretamente y el proyecto Spanish Language Coach tiene tres pódcasts: este que estás escuchando de nivel intermedio, otro de nivel avanzado y otro para falsos principiantes.

Además, hace pocas semanas creé con mi pareja Oliver un nuevo pódcast para estudiantes de inglés. Se llama English and Beyond, y ya puedes escucharlo. En el último episodio, el número cuatro, hablamos sobre nuestra relación, de nuestra historia y peculiaridades. Te dejo el link del pódcast en la descripción de este episodio, o puedes buscarlo tú en la app de pódcast que uses, buscando English and Beyond.

Y ahora, prepárate, que empezamos con el episodio de hoy. Espero que lo disfrutes.

Esta es una historia sobre ti, estudiante. También es sobre mí. Y sobre ella y él. Por supuesto que también es una historia que habla de nosotros, vosotras y ellos. Y aunque yo no soy mucho de usar este pronombre, también es una historia de usted. Es una historia de cualquiera que por arte de magia acabó siendo de una extraña especie llamada humana.

La verdad es que me encantaría poder contarte una historia para cada una de las personitas que habitan el planeta Tierra. Dicen que somos 8 billones de personas en el mundo. Son muchos ceros, estudiante. Por cierto, cuidado con esto de los billones. Nunca olvides que un billón en español es un millón de millones, es decir, tiene 12 ceros, mientras que en inglés, un billón equivale a mil millones, tiene 9 ceros. ¡Mucho ojo, mucho cuidado la próxima vez que hagas una transferencia bancaria!

No hay nada que me guste más que una historia de inadecuación, que es la trama principal de esta historia. Me encantaría escribir una historia para cada una de las personas, para los 8 billones de ahora, pero también para los billones que habitaron antes que nosotros, y por supuesto para los que vendrán.

Te digo que es una historia de inadecuación. Me cuesta tanto pronunciar la palabra como me gusta usarla. Inadecuación es sinónimo de incompatibilidad. Pero me gusta más el significado de inadecuación; falta de adecuación. No ser adecuada o adecuado para algo.

¿Qué persona no se ha sentido alguna vez en el mundo de esa forma? Ese sentimiento universal que todas las personas hemos experimentado; no sentirse adecuada en algún momento, contexto o época. Inadecuación con alguna persona o grupo.

En definitiva, ¿quién no ha sentido alguna vez que no cabía en el mundo? Que no había espacio, que no era compatible, que no le entendían, que TÚ, NO.

Hoy te contaré la historia de X. Aunque si quieres podemos usar otro nombre: Y o Z. ¡Poco importa!

La historia de X empieza, como la de todo el mundo, en el vientre de una mujer, su madre.

Nadie recuerda estar ahí dentro, pero todos lo estuvimos alguna vez, por al menos unos cuantos meses.

En ese lugar acogedor, el vientre materno, siendo del tamaño de una semilla al principio, para luego crecer semana a semana. Como todos lo estuvimos, X, la criatura protagonista de nuestra historia, estuvo rodeada de un cálido líquido que la sostenía y protegía, y su pequeño cuerpo encajaba perfectamente. El cuerpo de su mamá se adaptaba a X, y todo parecía hecho a su medida.

Todo era oscuro, pero un oscuro agradable. El tipo de oscuro que no da miedo, el que necesitas para echarte una siesta de verano a las cuatro de la tarde, cerrando las persianas de la habitación. En ese espacio, no había sensación de inadecuación. Tampoco podía compararse con nada ni nadie. No había parámetros ni estándares, solo oscuridad.

Dentro del vientre materno no había preguntas ni dudas tampoco. Todo era armonía y confort. Allí, el ritmo constante del corazón de mamá era la banda sonora de la película de su vida anterior a la vida, y su respiración la rutina diaria. Era solo una pequeña criatura en un universo diminuto, un mundo que la contenía y la comprendía completamente.

Pero el tiempo y el universo no entienden de comodidades, y la naturaleza llama, o mejor dicho: empuja. El espacio que antes le quedaba perfecto empieza a parecer más estrecho. Su cuerpo empuja contra los límites de ese pequeño mundo seguro. Ya no cabe. La naturaleza le llama a salir, a descubrir un mundo lleno de oportunidades e incertidumbres.

Probablemente la frase tan repetida de “salir de tu zona de confort” hace referencia a este día en el que la naturaleza nos empuja a salir. Ya no cabemos. El día que nos echan de nuestra primera casa, esa simulación, para descubrir el mundo real. Salimos de mamá y una luz artificial nos ilumina. Nueva sensación desbloqueada: la incomodidad.

El día de nuestro nacimiento nos enfrentamos por primera vez a un mundo lleno, no solo de luces, sino también de sonidos, olores y sensaciones desconocidas. Todo es nuevo y, de alguna manera, intimidante.

Pero la naturaleza, muy sabia, no nos deja completamente desnudos. Nos da una herramienta fundamental que nos ayudará en nuestra primera etapa en el exterior: el instinto.

X crece y empieza a jugar con los juguetes heredados de sus primas y primos mayores.

Uno de esos juguetes de segunda mano es una caja llena de bloques de muchos colores y formas. Su papá le explica con paciencia lo que tiene que hacer:

Primero coger uno de los bloques y después buscar el agujero correspondiente en la caja. El bloque con forma redonda hay que meterlo por el agujero con forma redonda, y el bloque con forma triangular introducirlo por el agujero con la misma forma. Para X es un reto complicado. Después de varios intentos empieza a sentir una sensación desconocida hasta ahora: la frustración.

¿Por qué es tan complicado encajar las piezas con los agujeros? ¿Por qué no entran? ¿Por qué no caben? ¿Es posible que las piezas de X sean defectuosas, que en realidad sean imposibles de encajar? Tiene que haber una razón por la que no caben en esos agujeros.

¿Conoces el verbo caber, estudiante?

Es un verbo irregular. Y de hecho es muy frecuente que las personas nativas del español lo conjuguen incorrectamente cuando son pequeñas y digan cosas como:

“Mamá, no cabo en el cochecito”, en lugar de “no quepo en el cochecito”.

Tú cabes, ella cabe, nosotros cabemos, vosotras cabéis, ellas caben.

Sin embargo, yo quepo. Parece que todo el mundo lo tiene más fácil que YO. Al menos para conjugar este verbo.

X se empieza a sentir en su niñez como una de esas piezas del juego que heredó años atrás. Hay algo extraño, algo que no funciona, piezas muy grandes para agujeros muy pequeños y viceversa. Formas que no encajan con X, y X no encajando con otras piezas.

“¿Hay algo malo en mí?” Se pregunta X.

X no entiende tampoco de medidas, arquitectura o matemáticas. Y tampoco se le dan bien las proporciones.

A veces pocas palabras tienen muchas consecuencias y otras veces muchas palabras no dicen absolutamente nada.

¿Por qué hay tantas casas vacías y tantas personas sin casa?

“¿Pero es que no lo veis? ¡Nada tiene sentido!” - Quiere gritarle al mundo X. Un mundo mucho más brillante y sonoro que el conoció en el vientre de mamá. En ocasiones tan brillante y sonoro que se convierte en cegador y ensordecedor. A veces solo quiere cerrar los ojos muy fuerte y taparse las orejas con las dos manos. Sentir por un segundo que vuelve al mundo oscuro y tranquilo donde todo es seguro. Sin expectativas ni sorpresas. No recuerda ese mundo, pero sabe que un día estuvo allí.

Hay otro mundo en el que nunca ha estado, pero que también extraña, también echa de menos. X aprendió que esto tiene un nombre: anemoia. La capacidad de echar de menos un pasado en el que nunca hemos estado. Es sentir nostalgia por un mundo no experimentado.

Es el mundo que el resto de personas parecen vivir. Un mundo en el que cada persona, como si fuera una pieza, encaja con las demás, creando parejas, grupos de amistad, sociedades y culturas. Un “match” casi perfecto que X ve como algo ajeno, extraño.

Lo peor no es no poder experimentar esa sensación de “click” con los demás y lo demás. Lo peor es lo que pasa después, y es lo que le pasó a X.

Dicen que el mayor signo de locura es continuar haciendo lo mismo esperando obtener el mismo resultado.

Así que X, viendo como había 8 billones de piezas que cabían y encajaban en algún lugar de ese mundo extraño, se respondió a la pregunta que había estado rondando su cabeza durante toda su vida: “¿Hay algo malo en mí? Pues sí, tiene que haberlo”.

¿Qué podemos hacer con una pieza que no encaja, que no cabe en el mundo?

Parece haber solo una solución: modificarla.

Cortar un trozo, desecharlo, pegarlo en otro lado, cortar y pegar, lijar los bordes, haciéndolos más suaves…

Pasar de una pieza en bruto a una pieza Frankenstein.

Y trasladándolo a la vida en el mundo extraño, no solo hablamos de cambiar la forma, también de cómo se comporta esa pequeña pieza Frankenstein.

Decir lo que no se piensa, y hacer lo que no se quiere.

Todo eso lubrica los mecanismos del mundo extraño y ayuda a encajar a X, siente que empieza a caber en algunos lugares.

X está feliz, por fin encaja. La pregunta de “¿Hay algo malo en mí?” empieza a diluirse. Aunque hay un precio que tiene que pagar, y es que otras preguntas empiezan a acercarse, aunque intente evitarlas: “¿Y quién soy yo ahora? ¿Qué forma tengo? ¿Dónde está mi forma original, mi esencia?”

Pero ahora lo importante es disfrutar de esa nueva sensación: ha conseguido traspasar los agujeros, su nueva forma le permite traspasarlos y acabar dentro de la caja con otras piezas similares.

Desafortunadamente, esto no dura mucho tiempo, porque, una vez dentro de la caja, su forma empieza a cambiar. Le recuerda a eso que debió sentir dentro del vientre materno donde crecía un poquito cada día, hasta que la naturaleza le dijo que ya era tiempo de salir. Las cajas del mundo de fuera, también se le quedan pequeñas y llega un momento donde no hay más remedio que salir y buscar nuevas.

Ahora bien, se da cuenta de algo: X no es la única pieza a la que le pasa esto. Aunque hay piezas que crecen muy lentamente, todas cambian de forma y tamaño. Y casi siempre necesitan cambiar de caja finalmente, encontrar un nuevo lugar.

Esto fue un descubrimiento agridulce para X; por una lado se alegraba de saber que no todo el mundo cabe en todas las cajas, y que incluso si lo hacen, no tienen que hacerlo para siempre. Por el otro lado se dio cuenta de que su solución de cambiar de forma no era una solución sostenible.

De hecho, notó que, si continuaba cambiando de forma para adecuarse a todas las cajas, cada vez se sentiría más débil. Lijar sus bordes y cortar trozos para pegarlos en otro lado estaba teniendo un efecto negativo en X, y además cada vez tenía más problemas en recordar quién era de verdad.

Es el precio que tienes que pagar cuando cambias de forma, cuando dices lo que no piensas y haces lo que no sientes.

Hay una frase muy conocida, cuya autoría no está muy clara que dice: Cuida tus pensamientos porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos porque se convertirán en tu carácter. Cuida tu carácter porque se convertirá en tu destino.

Y ese era el problema de X; había pasado tanto tiempo cambiando sus palabras y sus actos, para encajar, para caber en el mundo, que tenía miedo de acabar viviendo una vida que no le correspondía.

Una mañana, caminando por una calle de su barrio, el trabajo de un carpintero llamó su atención, se paró a observarlo. El hombre acababa de instalar un banco de madera y estaba a punto de poner otro al lado, una réplica casi exacta, solo que era de la mitad del tamaño del primero. 

El carpintero parecía muy concentrado, pero X no pudo resistirse y se acercó a preguntarle: “¿Por qué estás instalando dos bancos iguales, tan cerca uno del otro, cuya única diferencia es el tamaño?” La respuesta que recibió fue tan obvia que hizo sentir a X que su pregunta era algo estúpida: “Uno es para adultos y el otro es para los niños, porque no llegan a subirse al más grande”. A X se le iluminó la cara y casi sin decir adiós, volvió a su casa. 

En el camino resolvió su plan, se dio cuenta de que cambiar de forma no era la solución. No tenía que cortar ni enmendar su forma. De la misma manera en la que el carpintero había creado dos bancos para personas de diferentes tamaños, X podía crear sus propias cajas si no encontraba ninguna con la que encajar.

Cada caja sería un micromundo que podría compartir con otras piezas. Y lo mejor: Podía ser quien realmente es, sin necesidad de cambiar de forma. 

En cuanto llegó a casa empezó a construir. Cogió varios trozos de madera, un martillo y los clavos. Pero X no solo usó herramientas de carpintería para construir su primera caja. También usó las habilidades que había aprendido hasta ahora: su experiencia, su madurez o las historías que otras personas le habían contado o que había leído en un libro.

Más tarde se dio cuenta de algo incluso mejor. No era necesario crear las cajas en soledad. Había muchas piezas que no encajaban en ningún sitio. Ya sabían que la solución no era cambiar de forma, sino crear su propias cajas, y podían hacerlo juntas. Cooperar. Cooperar entre piezas iguales, pero también entre piezas diferentes. Complementarse. Aprender las unas de las otras.

Y así es, estudiante, como X encontró su lugar en el mundo. No porque encajara o cupiera en las cajas preexistentes, sino porque aprendió a crear nuevas cajas, nuevas realidades, adaptadas a su esencia y a las de otros. Descubrió que la verdadera magia no estaba en conformarse y cambiar para caber en moldes rígidos, sino en la flexibilidad de adaptarse y, sobre todo, de construir en comunidad, con los que tienen nuestra forma, pero también con los que son muy diferentes.

Esta historia no es solo la de X. Es la historia de los 8 billones de personas que habitamos el mundo, que en algún momento hemos sentido la presión de encajar en un sistema que a veces parece rígido y estrecho. La rigidez de las expectativas sociales y la presión por hacerlo en soledad, de forma individual. Que pedir ayuda y compartir herramientas no está mal. Que construir juntos es mejor que hacerlo solos, que cuatro ojos ven más que dos, y cuatro corazones sienten más que uno.

Esta historia es un recordatorio de que la inadecuación no es un defecto, sino una oportunidad para innovar, crear y crecer, y de hacerlo juntos si es posible. No estamos destinados a vivir en soledad ni a deformarnos para encajar.

Podemos dejar atrás el individualismo rígido y abrazar la cooperación y la adaptabilidad. Solo así, juntos, podremos crear un mundo donde todas las piezas puedan caber, encontrar su sitio.

Muchas gracias por escucharme.

Te espero en el próximo episodio.

Un abrazo grande


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